El trauma en la infancia se ha relacionado con una amplia variedad de patologías, como depresión, ansiedad, baja autoestima, dificultades en el funcionamiento social, conductas autodestructivas, trastornos de personalidad, trastornos disociativos, abuso de alcohol y drogas, trastornos alimentarios, somatización, y más. Generalmente, implica la exposición a situaciones extremadamente angustiantes que la mente no puede procesar adecuadamente, lo que puede resultar en síntomas disociativos.
Existen diferencias significativas en la manera en que las personas enfrentan los traumas, ya que algunas son más frágiles y vulnerables que otras. Estas diferencias están influenciadas por factores como la herencia, la personalidad y los trastornos mentales previos. No se trata tanto de la situación traumática en sí, sino de cómo cada individuo la experimenta, lo que marca la diferencia en su nivel de vulnerabilidad.
En el caso de los niños, es importante tener en cuenta que, además del desarrollo cerebral, también debemos considerar su desarrollo psicológico. Los niños carecen de las herramientas cognitivas y emocionales necesarias para hacer frente a tales eventos, lo que los deja vulnerables y desprovistos de mecanismos de afrontamiento.
Una huella «imborrable»
Cuando un niño sufre un trauma, experimenta un miedo profundo que genera una sensación de desprotección e inseguridad, además de una percepción de incapacidad para gestionar el peligro. Desde el nacimiento, todos tenemos una necesidad innata de que se satisfagan nuestras necesidades básicas y de sentirnos seguros. Enfrentar un trauma en la infancia genera una sensación constante de inseguridad, lo que conlleva a problemas de salud mental a medida que el niño crece.
Pero ¿qué vivencias pueden producir traumas infantiles? Presenciar accidentes, ser víctimas de acoso escolar, experimentar la pérdida de un ser querido, presenciar actos de guerra o terrorismo, o sufrir abuso sexual, son algunos ejemplos. Estos eventos son difíciles de procesar para cualquier ser humano, pero la infancia es una etapa crucial en la formación de la organización psicológica y, al mismo tiempo, una etapa en la que los niños tienen menos recursos para entender y asimilar tales sucesos.
Además de estos traumas, no debemos pasar por alto las disfunciones familiares, la separación de los padres, el estrés relacionado con las condiciones socioeconómicas, la presencia de condiciones médicas, el abuso emocional, la negligencia de los cuidadores y el maltrato físico en la familia, todos los cuales pueden causar traumas en la infancia.
La exposición constante a estas situaciones hace que los niños se sientan inseguros y mantengan sus cerebros en estado de alerta permanente, sin que se satisfagan sus necesidades emocionales. Esto tiene un impacto significativo en su desarrollo en todas las áreas.
¿Cómo abordan los psicólogos infantiles estos casos?
Existen diversas corrientes dentro de la psicología que abordan el trauma de diferentes maneras. En general, es fundamental trabajar en la recuperación de dos funciones clave que se ven afectadas: la seguridad y la afectividad. Es esencial educar gradualmente al cerebro del niño para que vuelva a confiar en su capacidad de controlar su entorno, a través de la promoción de un ambiente seguro y la creación de situaciones positivas que reconecten su lado emocional, que ha sido desplazado por la exposición constante o repentina al peligro.
Es crucial intervenir en el entorno del niño para recuperar las experiencias de seguridad en sí mismo. Además, la psicología ofrece diversas estrategias que ayudan a los niños a enfrentar y superar los traumas, permitiéndoles crecer emocionalmente sanos y capaces de tomar decisiones propias.
Dependiendo del tipo de trauma, se pueden utilizar estrategias como la psicoeducación, la promoción de una disciplina positiva, el juego, el arte, la inclusión social, la creación de vínculos, el afecto, la demostración de empatía, la enseñanza de la expresión y gestión emocional, así como estrategias de relajación y manejo del estrés. Es esencial proporcionar al niño estrategias que le permitan sentirse competente, amado, valorado, respetado y seguro.
En el marco de la terapia cognitivo-conductual, se enfoca en la prevención del trastorno de estrés postraumático y se trabaja en la identificación de pensamientos distorsionados y atribuciones negativas que persisten después del trauma, para intervenir y modificarlos teniendo en cuenta la edad y el desarrollo del niño.