En la década de 1950, el neurocirujano Wilder Penfield comprobó que una de las tareas más complejas para nuestro cerebro y que implicaba más áreas del mismo era precisamente el movimiento del pulgar. Años después, la tecnología PET (tomogragía de emisión de protones) ha demostrado que cuando escribimos, tejemos una bufanda o montamos un mueble, activamos varias zonas del cerebro distantes y no solo las relacionadas con el movimiento, sino también con las áreas visuales y auditivas, lo que ayuda a que recordemos y aprendamos mejor lo que estamos haciendo o escuchando. Por ello, fijamos mejor en la memoria aquello que escribimos que lo que tecleamos en el móvil o en un teclado (Romo, 2014). La investigación y formación en neuroeducación o neuroaprendizaje está en auge: comprender nuestro cerebro no solo nos ayuda a nivel psicológico o médico, sino que optimizará nuestros procesos de aprendizaje.
El vínculo entre movimientos corporales y memoria se ha estudiado en gestos aún más simples, como cuando cerramos los puños. Según un estudio realizado por Ruth Propper de la Universidad de Montclair (New Jersey, EEUU), si apretamos el puño derecho durante al menos 90 segundos ayudamos a que nuestra memoria sea más eficiente. Y si apretamos el izquierdo mientras escuchamos o vemos algo, conseguimos recordarlo durante más tiempo (el experimento se hizo con diestros). En este caso, se debe a la activación del lóbulo frontal, el director de orquesta de nuestro cerebro e implicado también en la memoria (Daza, 2014).
Además, según el psicólogo Mihaly Csíkszentmiályi (1975) realizar una actividad manual de forma sostenida y focalizando nuestra atención en ella permite que se desarrolle la fluidez. El flujo también conocido como «la zona» es el estado mental operativo en el cual una persona está completamente inmersa en la actividad que ejecuta. Se caracteriza por un sentimiento de enfocar la energía, de total implicación con la tarea, y de éxito en la realización de la actividad. Esta sensación se experimenta mientras la actividad está en curso.
«Cuando estamos involucrados en algo que requiere creatividad, sentimos que estamos viviendo más plenamente que durante el resto de nuestra vida». «Sabes que lo que necesitas hacer es posible de lograr, incluso si se trata de algo difícil, así que la sensación de tiempo desaparece. Te olvidas de ti mismo. Te sientes parte de algo mucho mayor» (Csíkszentmiályi, 2004). Nuestro sistema nervioso solo puede procesar cierta cantidad de información a la vez, explica. Ésa es la razón por la que no puedes escuchar y entender a dos personas mientras te hablan al mismo tiempo. Así que cuando alguien empieza a crear, su existencia fuera de esa actividad se «suspende temporalmente». «No le queda suficiente atención para monitorear cómo se siente su cuerpo, o sus problemas en casa. No siente hambre o cansancio. Su cuerpo desaparece».
Nuestros cuerpos están en un constante estado de estrés debido a que nuestro cerebro no puede establecer la diferencia entre una reunión con el jefe y un ataque de un oso. Los movimientos repetitivos de tejer, por ejemplo, activan el sistema nervioso parasimpático, lo cual disipa esa respuesta de «lucha o huida» (Schindler, 2007). En su estudio «Las bases neurológicas de la ocupación», Schindler y la coautora Sharon Gutman afirman que los pacientes podrían aprender a utilizar actividades como dibujar o pintar para de una manera no farmacéutica de regular las emociones fuertes como el enojo o prevenir los pensamientos irracionales. «La fluidez tiene el potencial de ayudar a los pacientes a disipar el caos interno» (Schindler, 2007)
«La dopamina en sí es nuestro antidepresivo natural», dice Levisay (cp. Wilson, 2014). La idea es no depender de los medicamentos para activar el centro de recompensas. De hecho, hay evidencia de una encuesta que respalda el efecto de la dopamina al hacer manualidades. Según la neuropsicóloga Catherine Carey Levisay “… crear algo, ya sea a través del arte, la música, la cocina, el pactchwork, la costura, los dibujos, la fotografía o la decoración de pasteles nos beneficia de varias maneras» (Wilson, 2014)
En un estudio realizado con más de 3.500 tejedores, publicado en The British Journal of Occupational Therapy, el 81% de los encuestados respondieron que se sentían más felices después de tejer. Más de la mitad informó que se sentían muy felices. Y la recompensa de las manualidades va más allá de la creación, puesto que al ver el producto final decorando tus paredes o recibiendo los elogios de un ser querido puede ofrecer varios estímulos de la dopamina, que como se indicó, nos hace sentir bien (Wilson, 2014).
Hacer manualidades mejora también la auto eficacia o cómo se siente la persona respecto a desempeñar tareas específicas. Los investigadores han postulado que un fuerte sentido de auto eficacia es clave para la forma en la se abordan nuevos retos y se superan decepciones en la vida. Por otro lado, dicha actividad mejora la memoria y lapso de atención mientras involucra el procesamiento visual-espacial, la creatividad y las habilidades de resolución de problemas (Levisay, cp. Wilson, 2014).
En síntesis, lo que se plantea es que «…mientras más estimulante sea tu ambiente más estarás aumentando la complejidad del cerebro, y así, es más lo que te puedes dar el lujo de perder». «Estás creando una reserva», dice Levisay (cp. Wilson, 2014). Y esto debe aplicarse en cualquier entorno de aprendizaje, incluyendo la escuela. Los programas como el Máster en Neuroeducación de ISEP son claves para iniciar este cambio en las aulas y optimizar los procesos de aprendizaje actuales.