Hace ya décadas que Martin Seligman presentó su tesis sobre la indefensión aprendida que rompió para siempre el monopolio del behaviorismo y aportó al fin una alternativa que resultaría fundamental en la explicación de la génesis y el mantenimiento de la depresión. La falta de control percibido sobre los estímulos nocivos llevaba a la mayoría de los animales y humanos a sufrir este desagradable efecto, lo que conllevaba rendirse a las circunstancias y pasividad. Sin embargo, existía un cierto porcentaje de sujetos que no se resignaban, se rehacían y seguían luchando, aun en peores condiciones que antes se las arreglaban para salir adelante (Seligman 1990).
El optimismo y pesimismo
La búsqueda de la respuesta a dicha resistencia desembocó en investigaciones sobre el pesimismo y el optimismo. Seligman señaló que el pesimismo conduce más fácilmente a la depresión, la tristeza y la ansiedad, además de que nos lleva a cometer más errores y disminuir nuestro nivel de salud y bienestar, y detallo las normas que sigue cada tipo de lógica.
El pesimismo y su lógica
¿Cuál es la lógica del pesimista? Ver la mayoría de las cosas como negativas sí, pero no solo consiste en eso. El pesimista percibe lo negativo de una manera especial, de forma permanente y universal. Un hecho negativo no acabará nunca y se aplicará a todo lo que nos suceda. Todo ello conlleva desesperanza y culpabilidad sobre uno mismo.
El optimismo y su lógica
¿Qué sucede con los optimistas? Exactamente lo contrario. Sus atribuciones ante el fracaso no son internas, no se culpan a ellos mismos sino a las circunstancias externas. Las atribuciones son transitorias y específicas a la situación lo que conlleva que los eventos negativos son temporales y concretos. Esto protege el amor propio y permite a los optimistas continuar insistiendo en sus metas con menos trastornos y desánimo.
Podría parecer que el optimismo pregonado por la Psicología Positiva era la solución perfecta por estar tan acorde con los valores individualistas y con la industria de la autoayuda, los coach y los oradores motivacionales habían encontrado en esta nueva psicología algo más parecido a una forma de religión (Lazarus 2003). Y es que realmente no es oro todo lo que reluce, ya que poco a poco hemos asistido a la materialización de una especie de corriente ideológica y cultural, una fuerza que nos anima a negar la realidad, a someternos con alegría a los infortunios y a culparnos solo a nosotros mismos por lo que nos trae el destino (Ehrenreich 2009).
Críticas a la Psicología Positiva
Nombraremos brevemente las críticas más comunes que han surgido en torno a la Psicología positiva:
– Las premisas básicas ya están incluidas en la práctica de la Psicología a nivel profesional como por ejemplo las técnicas de solución de problemas, el reencuadre y la evitación del sentimiento de indefensión. En ese sentido la psicología positiva resulta un añadido redundante (Cabanas y Sánchez 2012).
– El pesimismo predice la salud tan bien como el optimismo, pero en los estudios solamente se exhibe el optimismo (Coyne, Tennen y Ranchor 2010).
– Su evidencia científica resulta cuestionable. Los trabajos de Seligman, Park y Peterson (2005) muestran que los resultados en aumentar la felicidad y disminuir la depresión son indiferenciables del Placebo (Mongrain y AnselmoMattews 2012).
– Ciertos sucesos, en apariencia negativos, son beneficiosos para el bienestar (por ejemplo, una discusión de pareja que desemboca en un compromiso más adecuado o incluso el fin de una relación que resultaba nociva) (McNulty y Fincham 2012).
– Divide artificial e innecesariamente a la psicología en positiva y negativa, inhibiendo ciertas emociones y sentimientos. Los rasgos y procesos psicológicos no son inherentemente positivos o negativos (McNulty y Fincham 2012).
– El pesimismo puede ser paradójicamente positivo e incluso un punto de partida correcto ya que es posible transformarlo en el llamado “pesimismo defensivo” que ayuda a las personas a ponerse en “lo peor” lo que puede generar una estrategia de afrontamiento de ansiedad (Norem 2001).
– Forzar la felicidad artificial puede desembocar en manía en pacientes susceptibles; choca con ciertos contextos y normas sociales (por ejemplo, en un funeral) y resulta inadecuado y falso a la hora de relacionarse (Gruber et al 2011).
Una formación adecuada y conocer distintos puntos de vista ayuda al profesional de la psicología a elegir la mejor intervención para cada paciente.