«Yo no sirvo para esto… me dan pesar, pobrecitos… No creo que pueda acercarme, me bloqueo…»
Si trabajas con población en situación de discapacidad puede que te hayas sentido así la primera vez, con el primer contacto. Puede que te hayas bloqueado o no sepas cómo abordar a aquellos chicos que aparentemente no te entenderán.
Pues bien, no te atemorices. Todos, al inicio de nuestra intervención, sentimos desasosiego al encontrarnos en un aula o consultorio con un niño o joven en situación de discapacidad y nos atemoriza por sus facciones físicas o morfológicas. Realmente los medios de comunicación siempre nos muestran la perfección y no estamos preparados para la singularidad o la excepción.
Lo ideal sería trabajar siempre con niños y jóvenes con Síndrome de Down, que son físicamente tiernos y expresivos, sociables o malhumorados, y esta combinación es atrayente y motivadora para el terapeuta o educador, e invita a trabajar con más niños especiales. En la cotidianidad de nuestra vida vemos niños y jóvenes con Síndrome de Down desfilando en pasarelas, en los supermercados, hasta en la universidad, y nos relacionamos con ellos; son muy amables, realizan su labor con empeño y dedicación… Y si trabajas en una escuela o centro de educación especial, son chiquitines que te comen a besos… ¡No pueden transmitir más felicidad!
Pero, ¿y si tu primer acercamiento a niños con alguna deficiencia no es tan agradable sino que es ante un síndrome desconocido, raro y visualmente incómodo? Hablamos de un Síndrome de Soto, Rett, una parálisis cerebral severa o profunda… ¿qué debemos hacer?
Independiente del síndrome, debes tener claro que está ante ti una persona que te necesita como profesional. No necesita tu lástima sino tu respeto, y este incluye tratarlo como a otro ser igual. Mírale siempre a los ojos, eso le dará confianza y ánimo. Muchas veces pensamos que no ven, oyen o hablan, pero cada síndrome es grandioso a pesar de sus limitaciones.
Con el paso de las sesiones y consecución de logros programados te darás cuenta que ese niño que al inicio no respondía de ninguna forma, no movía los ojos, extremidades o no emitía un sonido, ahora intenta comunicarse con el mundo que le rodea. Todas las personas no somos muy sociables de entrada, pero poco a poco te abres y acercas al otro. En terapia pasa lo mismo. Verás con el pasar de los meses, e incluso años, como un dedo para arriba es la clave de una conversación o que mover un pie o tocar el piso es esencial para entender una petición. No te das cuenta hasta ese momento de lo mucho que te has acercado a él para conseguir estos logros, que has descubierto un nuevo mundo, su realidad, y entonces los objetivos se suceden más rápido: trabajáis en equipo.
Nuestra tarea no es rechazar el primer encuentro, nuestra misión es buscar y abordar desde nuestra experiencia a ese niño o joven que necesita lograr objetivos claros de acuerdo a su edad mental y cronológica. Tus actividades deben estar programadas de forma personalizada: debes conocer primero sus capacidades, no dejes que las apariencias se interpongan y brindes una actividad para niños de dos años a un adolescente de 12 por el mero hecho que no hable o muestre actividad física.
Quienes trabajamos con población en situación de discapacidad nunca sabemos quién va a entrar a nuestra aula. Nuestro objetivo es la integración; se nos entrega un aula variada en tamaño y síndromes, y debemos escoger la generalidad ante la discapacidad para empezar a trazar el camino a seguir, qué enseñar o cómo direccionar un hábito y fomentarlo.
Conocer el síndrome, su desarrollo mental, sensorial y físico ayuda a prepararnos. Y si tienes dudas recurre a expertos, colegas de profesión que ya han pasado por esto… y hasta puedes navegar un poco por Internet para ver que nos cuentan asociaciones de familiares sobre su vida.