Desafíos de la parentalidad en la relación de pareja
La llegada de los hijos marca un punto de inflexión en la vida de las parejas. Cuando un bebé llega a casa, muchos aspectos de la pareja se transforman (las prioridades, las preocupaciones, el sexo, la relación con el trabajo, el tiempo para estar juntos etc). La acumulación de cambios, sumado al cansancio y la incertidumbre de una situación nueva y desconocida, muchas veces, acaba generando la ruptura del vínculo, y otras, representa una prueba de fuego para las parejas.
De hecho, hay un término acuñado por el psiquiatra Bernad Geberowicz, denominado baby-clash para hacer referencia al “terremoto emocional que el nacimiento de un niño suele causar en el núcleo familiar”. Mantener una conexión sólida en medio de estas demandas es esencial para el bienestar de la pareja y de toda la familia.
El sistema conyugal se asocia directamente al sistema relacional entre padres e hijos (Buehler y Gerard, 2002; Cowan y Cowan, 2002; Cummings y Davies, 2002; Shek, 2000; Webster-Stratton y Hammond, 1999, cp. Mosmann y Wagner, 2008) y con ello, el conflicto conyugal puede llevar a problemas en el desarrollo de los niños (El-Sheik y ElmoreStaton, 2004; Gerard, Krishnakumar y Buheler, 2006; Margolin, Gordis y Oliver, 2004, cp. Mosmann y Wagner, 2008). Para comprender en mayor profundidad la conexión entre la relación conyugal y la parentalidad, se han de tener en cuenta una serie de variables mediadoras en esa interacción.
Los modelos de relación se tornan más complejos al mismo ritmo al que los modelos relacionales sociales evolucionan. Cada vez es más frecuente encontrar problemas más difíciles de resolver y tener las herramientas y habilidades necesarias es fundamental. Si por lo que sea estás buscando especializarte en la rama de psicología infantojuvenil, te invito que mires el Máster en Psicología Clínica Infantojuvenil, puedes mirarlo aquí.
Modelo circumplejo de comprensión familiar: Cohesión y adaptabilidad
David Olson, sociólogo, profesor de Universidad de Minnesota y experto en temas de familia (Olson, Sprenkle y Russell, 1979; Olson, Russell y Sprenkle, 1983; Olson, 2000, cp. Mosmann y Wagner, 2008) desarrolló un modelo circumplejo de comprensión familiar que integra las dimensiones de cohesión y adaptabilidad.
Cohesión Conyugal con la llegada de un bebé
La cohesión conyugal se entiende como la fuerza que lleva a la unidad familiar, es decir, el nivel de proximidad que existe entre los miembros de la familia. En ese sentido, niveles equilibrados de cohesión están relacionados a un mejor funcionamiento conyugal, por lo que, parejas y familias con niveles equilibrados de cohesión tienden a ser más funcionales durante el ciclo vital. En estas relaciones, los cónyuges preservan su independencia y se mantienen conectados, valoran el tiempo que pasan separados, pero a su vez es muy importante el tiempo que pasan juntos, así como compartir decisiones y darse apoyo mutuo.
Adaptabilidad en la pareja tras la llegada de un bebé
Por su parte, la adaptabilidad se define como el potencial de mudanza o adaptación del liderazgo, de los roles y reglas del sistema familiar. La clave de la adaptabilidad es la dinámica que se establece entre estabilidad y mudanza, por lo que, niveles moderados o equilibrados de adaptabilidad serán más funcionales, mientras que niveles muy altos o bajos, son más problemáticos para las familias. Una relación conyugal y parental con niveles equilibrados de adaptabilidad tiende a tener un liderazgo democrático con algunas negociaciones que incluyen a los hijos. En ese sentido, los roles y las reglas son estables, siempre y cuando haya espacios para cambios y ajustes, cuando sea necesario.
Ambas variables están relacionadas con el concepto anglosajón spillover, conjunto de sentimientos que nacen en situaciones parentales y son llevados a la esfera parento-filial incidiendo en las interacciones de padres e hijos y traspasando a entornos sociales, escolares, laborales (Cummings y Davies, 2010).
Conflictos en la pareja tras el nacimiento de un hijo
El conflicto conyugal se produce como resultado de las divergencias de intereses entre los miembros de la pareja. Lo relevante respecto al conflicto no es su existencia, sino el llevar a cabo un proceso constructivo o destructivo (Sillars, Canary y Tafoya, 2004, cp. Mosmann y Wagner, 2008). En este punto, el conflicto puede ser un proceso en la vida de la pareja o el eje central del sistema familiar, sobre todo cuando son frecuentes, intensos, no resueltos y se reflejan en la conducta de los hijos (Webster-Stratton y Hammond, 1999, cp. Mosmann y Wagner, 2008). De hecho, está documentado científicamente que los niños son altamente sensibles a detectar el conflicto conyugal y consiguen diferenciar entre los tipos de conflictos, por ejemplo, si estos están o no relacionados con ellos, si se trata de un tema de la pareja o si es acerca de la coparentalidad (cuidado, educación y socialización de los hijos) (Krishnakumar y Buehler, 2000, cp. Mosmann y Wagner, 2008).
Estrategias para cuidar la relación de parejas en la parentalidad
Por otro lado, la satisfacción conyugal se vincula con la calidad conyugal e integra tres elementos: el contexto, es decir, las vivencias determinadas por el medio actual, los recursos personales de los cónyuges, asociados a las experiencias en la familia de origen, el nivel de educación de los miembros de la pareja y sus características de personalidad, y por último, los procesos de adaptación relacionados con la capacidad de las parejas de superar los desafíos que surgen en su entorno y su consecuente amoldamiento a estos a partir de la resolución de conflictos (Bradbury, Fincham y Beach, 2000, cp. Mosmann y Wagner, 2008).
Partiendo de todo lo anterior, es fundamental implementar una serie de estrategias en el marco relacional de la pareja para incluir:
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- Momentos o “citas” de a dos, establecidas a lo largo del año (lo que incluye solicitar apoyo a la familia, abuelos, tíos o canguros)
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- Negociación de las actividades de placer en tanto y cuanto, atiendan al gusto de cada uno de los miembros de la pareja y no siempre beneficien a uno de ellos.
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- Mantener la cercanía física sin expectativas sexuales, como los abrazos o el contacto visual, ya que, en momentos de tensión, puede reforzar el vínculo y la sensación de soporte. Además, se ha constatado que el 64% de las parejas experimentan una disminución en la frecuencia de la actividad sexual después del nacimiento de un hijo, por lo que, el contacto físico es una vía de promover las relaciones sexuales, enfocándose en la calidad más que la cantidad de estas.
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- Diálogo abierto y constante sobre preocupaciones y expectativas de uno y otro para poder hacer ajustes que permitan una mejor adaptación a la paternidad.
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- Compartir las tareas del hogar y el cuidado de los hijos de una forma equitativa para minimizar la sobrecarga sobre uno de los miembros y evitar futuros resentimientos.
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- Ofrecer apoyo emocional y práctico a la pareja, como, por ejemplo, tiempo para que el otro descanse o realice actividades personales.
- Espacios acordados de cuidado personal, ya que permite a cada miembro de la pareja recargar energías, lo que contribuye a una mayor paciencia y energía en la relación y en la parentalidad.
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De ser necesario, considerar el apoyo psicológico y/o la terapia de pareja como alternativa ofrecer estrategias a la pareja y a las personas que la forman, para saber afrontar las dificultades y adaptarse a los cambios, y hacerlo en equipo, beneficiándose de los potenciales de cada miembro de la pareja
Para finalizar, mantener la conexión en medio de las responsabilidades familiares es un desafío, por lo que es fundamental entender que, si previo a la parentalidad hay desavenencias, es posible que estas se agudicen en este proceso, ya que cada uno velará por hacer aquello que considera “más adecuado” para el sistema familiar. Por ello, nunca debe recurrirse a la opción de “ser padres” para salvar una relación. Hacer convivir a la pareja y a la familia implica voluntad, esfuerzo, flexibilidad y negociación constante entre el yo individual y el yo equipo. Es justo en momentos de complejidad donde se forjan los lazos más fuertes y se construyen las bases para un futuro lleno de amor consciente dentro de la pareja y del núcleo familiar. Ser padres implica inherentemente ser referentes para los hijos; por tanto, si se quiere ser buen padre o madre, hay que ser un buen compañero o compañera para la pareja y un buen aliado de uno mismo.
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