Los años noventa han sido años muy importantes para el mundo de la infancia, la adolescencia y la juventud en Cataluña, donde hubo la impulsión de una serie de políticas que tenían como eje principal garantizar los derechos y el bienestar de personas con discapacidad intelectual, y también la construcción de su futuro.
Pasado, presente y futuro de la Discapacidad Intelectual
Consecuentemente, también fueron años importantes para el mundo educativo: el concepto de educación se amplió, la educación formal empezó a ser cuestionada y las escuelas dejaron de ser los únicos centros preocupados por transmitir conocimientos. Los campos social, cultural y de ocio también se configuraron como ámbitos educativos, capaces de formar personas mediante el aprendizaje de habilidades de desarrollo personal.
En cuanto al ámbito de ocio, poco a poco, este fue considerado un espacio que podría ser aprovechado para promover el bienestar y aportar componentes de cambios educativos. Promover actividades de ocio pasó a ser una necesidad, un derecho (Declaración de los Derechos de los Niños, 1959) y una manera de facilitar y contribuir a la compatibilidad de la vida familiar y laboral.
Sin embargo, el ocio nunca debería ser considerado como una continuación de la escuela. La experiencia del ocio tendrá que incluir la libertad de hacer elecciones (Corbella, Baz y Alonso, 2001), tendrá que ser considerada como el tiempo que una persona tiene para escoger y disfrutar de actividades que no estén relacionadas con el trabajo u otras formas de actividades obligatorias, y tendrán que generar sentimientos naturales de placer, felicidad y gozo (AAIDD, 2010, apud Corbella, Baz y Alonso, 2001).
Ocio y tiempo libre en personas con discapacidad intelectual
Teniendo en cuenta esto, ¿qué se puede decir de la experiencia de ocio de aquellas personas que pierden su derecho de escoger o disfrutar de su tiempo libre a razón de las barreras sociales, como es el caso de las Personas con Discapacidad Intelectual?
Aunque las investigaciones hayan demostrado que la participación de las personas con Discapacidad Intelectual en todo tipo de actividades vitales aporta una diversidad de beneficios (promueve la independencia, favorece su inclusión en la sociedad y las relaciones interpersonales, aumenta la autoestima, mejora sus habilidades adaptativas, mejora el estado de ánimo, promueve la actividad física y la salud, el establecimiento de amistades, la autodeterminación y, consecuentemente, la mejora en su calidad de vida [OMS, 2001; Madariaga, 2011 apud Calderón, 2015]), hay diferentes estudios que constatan que estas personas participan menos en actividades sociales y recreativas que las personas sin discapacidad. A menudo las actividades de ocio de las personas con Discapacidad Intelectual se limitan a actividades solitarias, con su entorno familiar o asociativo.
Esto ocurre o bien porque existe una desigualdad en la oferta de actividades dirigidas a este colectivo, haciendo así que el repertorio de actividades de ocio sea reducido, o bien porque se les impide participar en sus actividades preferidas (Corbella, Baz y Alonso, 2001).
Oferta en el mercado de Ocio Especial o Terapéutico
De este modo, en los últimos años, el Ocio Especial o Terapéutico se ha convertido en un campo de intervención para mejorar la experiencia del ocio de las personas con discapacidad, las cuales necesitan adaptaciones para disfrutar de su tiempo libre (Gorbeña, González, y Lázaro, 1997).
Cabe destacar que esta modalidad de ocio es la que más prevalece en los campos asociativos y en residencias, y aunque haya aportado muchos beneficios a las personas con Discapacidad Intelectual, sigue un modelo segregativo que no refleja las premisas del ocio ideal. Por lo tanto, las asociaciones, entidades e instituciones que dedican sus esfuerzos a integrar a aquellos con Discapacidad Intelectual en la sociedad, todavía no han conseguido hacerlo de manera llena. Un ejemplo de esto es que la mayoría de los grupos de actividades asociativos que trabajan con personas con discapacidad funcional se constituyen solo por personas con discapacidad.
El ocio especial sigue un modelo más rehabilitador que inclusivo y tiene la finalidad intrínseca de educar para conseguir el tratamiento y la cura, y no de educar para el desarrollo personal y el entretenimiento. En este caso, las personas con discapacidad todavía son tratadas como objeto de intervención, y su tiempo libre todavía se utiliza como una medida para conseguir una finalidad secundaria al ocio en sí, que no necesariamente es recreativa.
El ocio en discapacitados intelectuales, ¿derecho o lujo?
Es decir, conseguir el reconocimiento social del derecho al goce del ocio por parte de las personas con Discapacidad Intelectual representa un reto, puesto que la falta de información respecto a la deficiencia, los prejuicios y las viejas premisas asistenciales generan modelos de ocio que no corresponden con el modelo vivido por el resto de la sociedad (Solly 1984 apud Lahuerta, Fernández y Pereda, 2004). Esto contribuye a la creación de un contexto de aislamiento, sobreprotección y sentimientos negativos de discriminación, los cuales incapacitan más que el diagnóstico.
Sin embargo, aunque el acceso y la ejecución de actividades de ocio normalizadas con personas con Discapacidad Intelectual es limitado por impedimentos sociales y técnicos, hay que reconocer el ocio especial como una importante medida transformadora y de transición, y no como una propuesta permanente. Esta modalidad de ocio tendrá que ser contemplada como una propuesta preinclusiva, no solo capaz de dar visibilidad a las personas con Discapacidad Intelectual, sino también de recoger informaciones en términos técnicos, materiales y sociales, para poder encontrar medios de actuación y favorecer los cambios necesarios por el libre aprovechamiento del tiempo de ocio de estos sujetos.
A través de este, es posible posar en evidencia los problemas relacionados con la exclusión social de las personas con Discapacidad Intelectual que, a menudo, no tienen opciones de ocio comunitario o participan en actividades vacías, sin programaciones o sin las condiciones de accesibilidad necesarias para la participación llena y libre (Madariaga, 2008).