Si bien no sabemos lo que nos depara cada día, de lo que sí podemos estar seguros es que experimentaremos algún tipo de emoción en el trascurso del día como producto de la puesta en marcha de procesos internos ante situaciones específicas.
Clasificación de las emociones
De las emociones que lleguemos a experimentar quizás habrá algunas que nos gusten más que otras, habrá unas agradables y otras desagradables, algunas serán cómodas y otras un tanto incómodas. Sin embargo, dentro de toda la extensa gama de adjetivos que podemos usar para calificar las emociones debemos prescindir de utilizar los términos “buenas” o “malas”.
No hay emociones buenas o malas
Al calificar una emoción como “mala” tendremos como consecuencia una mayor intensidad de dicha emoción y el prolongamiento en su duración. Por lo tanto, tendremos un aumento en nuestra sensación de insatisfacción, angustia o desagrado, convirtiendo todo ello en un círculo vicioso que podría desencadenar o predisponer algún trastorno mental de distinta gravedad.
De pequeños aprendemos a relacionarnos con nuestras emociones y a tener un discurso interno respecto a cada una de ellas. Aprendemos sus funciones, ventajas y desventajas en base a la reacción que observamos que generan en el ambiente. Dependiendo de cómo se reaccione a nuestras respuestas emocionales generaremos una interpretación de las mismas. De este modo, poco a poco iremos construyendo una filosofía meta-emocional, es decir, el conjunto de creencias y percepciones en torno a las emociones.
En base a nuestra filosofía meta-emocional reaccionaremos de determinada manera ante cada emoción, tanto propia como ajena. Dependiendo de los aprendizajes que se hayan extraído de nuestros cuidadores principales, se podrá generar una tendencia a evadir o prohibir ciertas emociones, ya sea por sus consecuencias internas o externas, o por las percepciones que se tenga de ellas.
Consecuencias de no aceptar las emociones
Lo peligroso de no aceptar ciertas emociones, ya sea por la incapacidad de identificarlas o por la tendencia a evitarlas, es que nos privamos de la posibilidad de extraer el mensaje que traen consigo. Cada emoción lleva implícita una necesidad personal, es una especie de llamada interna que busca anunciar que se requiere de algo. Por lo tanto, si de pequeños aprendemos a cerrarle la puerta a emociones como la tristeza, el miedo o el enojo o, por el contrario, no aprendemos a identificarlas, no lograremos acceder a nuestras propias necesidades lo que podría perpetuar sensaciones de insatisfacción, comprometiendo nuestra salud mental.
La inteligencia emocional como motor de las emociones
Todo ello podría prevenirse si se contara con inteligencia emocional, ya que es justamente la inteligencia emocional lo que brinda la capacidad de:
- Identificar emociones en sí mismo y en otros
- Aceptar la emoción que se está experimentando sin intentar huir de ella
- Validar la experiencia emocional propia y ajena
- Comprender de dónde surgió la emoción y cuál es el mensaje que trae implícito, es decir, lograr responder a la pregunta de ¿Qué está intentando decirme esta emoción?
- Expresar su emoción sabiendo cómo, cuándo, dónde y a quién comunicárselo
- Regular las distintas emociones tanto propias como ajenas, ya sea reduciendo o aumentado la intensidad o duración de las emociones
La inteligencia emocional es una habilidad moldeable que puede ser aprendida, desarrollada y mejorada. Es un predictor de bienestar emocional ya que, al ser capaces de identificar nuestras necesidades, se aumentan las posibilidad de cubrirlas, aumentando de este modo los niveles de satisfacción. Además, se ha demostrado que la inteligencia emocional favorece las relaciones interpersonales, el rendimiento académico y el éxito laboral al ser capaces de identificar, comprender y regular emociones propias y ajenas.
Nuestras emociones las grandes aliadas
De igual manera, influye en el fortalecimiento de la autoestima y el autoconcepto al promover el autoconocimiento y la introspección. Reduce la probabilidad de padecer ansiedad o depresión, llevar a cabo conductas violentas o impulsivas, presentar ideación o intento suicida o practicar conductas de riesgo, incluidas las adicciones.
Será imprescindible aprender a relacionarnos con nuestras emociones de un modo más amable, empático, comprensivo y compasivo para poder convertirlas en nuestras aliadas y no verlas como enemigas que obstaculizan nuestro actuar. Ello será posible cuando desarrollemos y fortalezcamos nuestra inteligencia emocional.
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