“Sí, sí quiero continuar… y sí, sé que tengo que hablar de aquello… es solo que… hoy no… no, por favor. Hoy no me siento capaz de hablar de nada de aquello”. ¿Os suena? Hoy queremos hablaros de una herramienta terapéutica para tratar el trauma.
¿Cómo tratar un trauma?
Los que trabajamos con pacientes severamente traumatizados solemos escuchar frases como esa. Son habituales cuando tienen que enfrentarse de nuevo a aquel abuso, físico o emocional, a aquel abandono o desatención, a aquella situación de maltrato del que no veían salida. A veces cuando tienen que hablar de situaciones de su vida que les causaron una sensación de necesidad insatisfecha que ahora se manifiesta de forma emocional. Tristemente solemos escuchar ese tipo de frases en personas jóvenes que vienen a la consulta traídas casi a la fuerza por familiares, generalmente padres y madres, que solamente ven síntomas de ansiedad o depresión pero sus seres queridos no logran expresar lo que sienten.
Reviviendo traumas con el psicólogo
La forma en que escuchamos los psicólogos no es nunca una escucha pasiva o indiferente. Me encanta la frase del Doctor Augusto Pérez Gómez, cuando dice “un terapeuta se compromete a acompañar a su consultante en un camino que nunca está sembrado de pétalos de rosa. Ni de pétalos de ninguna otra clase”. La definición es realmente brillante, ya que en los casos que indicábamos arriba, como terapeuta te conviertes en el referente que ha de ayudar al paciente a ver los traumas de su vida desde una nueva perspectiva. Y es verdad, allí estás tú para acompañarle. Pero también es verdad que eso va a hacer que reviva aquel trauma, y aunque la idea es que deje de dolerle, primero hay que enfrentarse a ello, a esa herida abierta. Y el primer encuentro va a ser doloroso. Como terapeutas tenemos que prepararnos para escuchar al paciente mientras explica un acontecimiento traumático de su vida, con el dolor de aquel momento y los “intereses” emocionales actualizados de todos esos años. Y, muchas veces, con un profundo sentimiento de vergüenza, de culpa, de suciedad. Si todavía no se ha establecido el vínculo de confianza, nuestro paciente tiene que contarle a un perfecto desconocido algo que le duele y avergüenza, con el miedo a ser juzgado. Si ya se ha establecido el vínculo, tiene que contarlo con el miedo a perder el apoyo que recibe, con miedo a un juicio aún más profundo. Cuando la culpa es una parte importante del trauma, el paciente teme el rechazo y el desprecio. Y sí, la culpa es siempre una parte importante del trauma.
No existen Traumas leves o graves
¿Y esto ocurre incluso en los traumas que no son graves, cuando lo que ocurrió es en realidad algo de poca importancia, algo normal de la vida cotidiana? ¡No responda, es una pregunta con trampa! Por definición, incluso por etimología, un trauma es tal por cuanto el efecto es traumático. No se puede regular en más o menos graves. La persona lo sufrió y le causó una herida emocional que ahora sigue sangrando, y nuestra labor no es quitarle importancia. Nuestra labor es ayudarle a curar esa herida. Una niña pidió agua y no se la quisieron dar. Y otra niña tenía que dejar que las otras niñas le robaran los juguetes para que jugasen con ella, y el resto del tiempo tenía que jugar completamente sola. ¿Y en serio de adulta tiene un trauma severo por aquello? ¡Por supuesto! Y no, no es un símbolo de que sea débil ni es un bicho raro por ello. Bueno, vale… no es el único trauma ni es en sí lo que lo volvió traumático…
Hablar de los traumas en terapia
De una u otra manera, cuando el paciente se enfrente a la situación de hablar de su trauma se va a sentir expuesto y vulnerable. Si el trauma es de naturaleza sexual, súmale un sentimiento de desnudez delante del terapeuta, y toda la carga emocional de los traumas sexuales: vergüenza, culpa, indefensión, suciedad.
Forzar al paciente a hablar de un trauma va a tener un efecto tan negativo que seguramente estemos reforzando el factor de resistencia que estamos intentando derribar. El paciente debe hablar cuando se sienta preparado para ello y cuando sea capaz de enfrentar lo que tiene que contarnos sobre sus vivencias desde un enfoque actual, recordando pero no reviviendo. En determinados casos límite, forzar al paciente a enfrentar un trauma cuando no está preparado puede empujarle de la neurosis a la psicosis. Si nuestro paciente no tiene fuerzas para hablar, debemos inspirarle, pero nunca forzarle. Hacerle sentir que tiene el control de la consulta, que marca el ritmo, le ayudará a crear el vínculo terapéutico y, a partir de ese momento, a hablar de sus traumas.
El paciente controla el ritmo en la consulta
Es lo que se conoce como el símbolo de control. Es en este punto cuando surge la posibilidad de pactar un símbolo en concordancia con el paciente, algo que le conceda la garantía de que controla el ritmo de la consulta, de que sus necesidades y emociones son lo que importa. Resumiendo, que aunque el ambiente sea clínico-terapéutico, lo que prima es su bienestar. Con esta premisa nace la “Mariposa Isabella”.
Ejemplo real tratamiento de trauma
Isabella es una paciente con un índice de resistencia cercano al 100%. Traída a consulta por la fuerza por su madre, de no haber sido porque era evidente que aquella resistencia escondía profundos traumas y era en realidad un grito por ayuda, al principio era fácil pensar en trastorno negativista-desafiante. Le fue muy difícil abrirse emocionalmente, hasta el punto de que cuando finalmente le fue posible establecer un vínculo con su psicólogo, el instinto de escaparse de la terapia se acentuó en lugar de desaparecer. Poder hablar de sus traumas le exigió sentir que podía controlar la consulta, interrumpirla en cualquier momento y que en ningún momento la forzaban a hablar. Y, por supuesto, de que no la juzgaban ni la culpaban por sus vivencias y emociones. No olvidemos que para juzgarlos y condenarlos no nos necesitan a nosotros, sus propias mentes y la sociedad en que vivimos lo ya hace continuamente.
Pero a la vez, lo que añadía complicación a su caso era la dificultad aprendida de decir lo que sentía, de poder hablar abiertamente de sus emociones, de poder decir “no quiero hablar de ese tema, al menos ahora”. Decir esa frase en un momento en que se sentía sobrecargada por la conversación le costó tal sobreesfuerzo emocional que la dejó físicamente exhausta durante días. Su caso es lo que lleva a buscar una forma en que el paciente pueda decir que ese día no se siente con fuerzas de hablar de su trauma sin que le cause tal dificultad, que le pasará su factura posteriormente. ¿Una prenda de vestir? ¿Una palabra clave? Finalmente nace la idea de un broche con forma de mariposa que permita a la paciente decidir si quiere o no hablar ese día de los profundos traumas.
Señales en consulta para ahondar o no en el trauma
Si el paciente lleva el broche ese día, el terapeuta sabrá que puede ahondar en esos recuerdos que duelen, que tiene autorización emocional para acompañar al paciente a hablar de las heridas sangrantes que le atormentan y que se siente con fuerzas de enfrentarlo. De una manera elegante y discreta, se ofrece al paciente una forma adicional de comunicación, una manera de indicar, sin palabras, su estado de fuerzas de ese momento. El efecto adicional más inmediato es que se ofrece un arma para combatir el miedo a la consulta, ya que solamente con ponerse el broche se permite que el paciente solicite desde el principio un contacto terapéutico más llevadero, con la seguridad de que será respetado. El absentismo y el abandono prematuro de la terapia se reducen drásticamente con un simple broche. Y es que el paciente sabe que no va a un sitio donde la obligan a algo que no tiene fuerzas de hacer, sino a uno donde va a recibir un respeto que, en ocasiones, ni su propia cabeza le brinda.
Herramientas para combatir el miedo a la consulta del psicólogo
Además, el terapeuta hábil va a saber, al ver el broche o no verlo y la actitud del paciente al respecto, si durante el tiempo que haya transcurrido desde la última consulta ese trauma ha estado presente en su día a día y si la herida ha “sangrado” mucho o poco. También pueden darse usos secundarios, tales como en pacientes que se autolesionan. ¿Una mariposa si ha pasado todos esos días sin lesionarse?, ¿mariposas de diferentes colores según haya sido su enfrentamiento del problema, cediendo, resistiendo o no pensando en ello?, ¿una mariposa si siente que ha avanzado y un gusanito si siente que ha retrocedido? Las posibilidades son amplias, y cada terapeuta que adopte este método puede adaptarlo a su especialidad y su paciente: depresión, trastornos de la alimentación, autolesión, adiciones… La idea no tiene copyright, cada profesional puede adaptarla y desarrollarla a su gusto.
¿Por qué una mariposa para la consulta en el psicólogo?
Evidentemente, se puede reemplazar por cualquier otra cosa que prefiera el paciente. Un cochecito, una flor, hasta un botón. La mariposa surge cuando, inspirada en el paciente Isabella, la artista sevillana Mamen Sánchez (Instagram: byebye_fiona) dibuja la obra llamada “Mariposas azules”, simbolizando esos traumas que devoran por dentro como gusanos, y que a través de una terapia adecuada deben convertirse en mariposas que puedan sencillamente volar lejos de quien las está sufriendo. Ante la belleza de la mariposa nos olvidamos de que se trata de un gusano metamorfoseado. Una mariposa se puede dejar volar y por normal general no va a ser algo que nos produzca miedo ni rechazo. Además, la paciente se lo puede colocar en cualquier momento desde que sale de casa hasta justo antes de entrar a la consulta. A nadie le va a sorprender ver a alguien con un broche de una mariposa.
Y es que este detalle de poder pasear por la calle con el broche en la solapa va a ser en sí mismo un refuerzo positivo, uno que el propio paciente en muchas ocasiones va a referir al llegar a consulta. En ocasiones lo hará con lágrimas en los ojos por sentir una liberación que no había sentido desde hacía años, quizá nunca. El broche se acaba relacionando con el trauma en sí mismo, siendo que es una forma de controlarlo o esconderlo, de decidir si quiere hablar de él o quiere actuar como si ese día nadie supiese del trauma. Durante muchos años, el trauma ha sido algo que hizo al paciente pensar que todo el mundo le miraba por la calle con desprecio y rechazo, que era una molestia para los demás, que debía mantenerse alejado de una sociedad que lo juzgaba y despreciaba. Ahora el paciente se pasea por la calle con “su trauma en la solapa”, por así decirlo, y a nadie le sorprende, nadie lo mira con desprecio ni lo juzga, la mayoría de las personas ni se dan cuenta o a sumo le dedican una fugaz mirada indiferente. De repente, ese trauma pasa a ser algo solamente suyo y que, por tanto, él controla. Poco a poco y si el terapeuta sabe orientarle con habilidad, el trauma y las emociones aparejadas pasan de ser un asfixiante secreto que le condiciona y le aleja de los demás a algo que llevar con naturalidad, que es solamente suyo, que los demás no van a mirar con desprecio ni van a conocer con solo mirarle. Algo que los demás, de hecho, sencillamente ni saben ni les preocupa. Ya no siente que en cada mirada y en cada comentario hay un desprecio o un juicio porque, a fin de cuentas, lleva su trauma en la solapa, y nadie le juzga por ello. Aunque simbólicamente y guardando límites, el trauma pasa a ser algo que se puede ver como algo físico, facilitando su enfoque y enfrentamiento.
Y al final, poco a poco, como en el cuadro de Mamen Sánchez, ayudaremos a que esos traumas dejen de consumir al paciente y los deje volar…