Se conoce desde hace años que leer es una actividad beneficiosa para el cerebro. Los estudios realizados con tecnologías de imagen cerebral han permitido ver que zambullirse en una historia requiere que pongamos en marcha una serie de procesos mentales, como la percepción, la memoria, el razonamiento… y eso resulta un entrenamiento excepcional para el cerebro.
Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología en la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB) destaca que “la lectura es la mejor gimnasia posible para nuestro cerebro a cualquier edad. Nos estimula, nos proporciona bienestar, placer y nos enseña a entender mejor al otro, a ponernos en su piel y, por ende, a convivir mejor en sociedad”.
Y es que no solo se trata de introducirnos en la vida de los personajes que leemos y “ponernos en sus zapatos” durante un determinado lapso de tiempo, sino que esto conlleva a desarrollar nuestra capacidad de empatía y comprensión social, dos capacidades únicas del ser humano que han sido básicas para la supervivencia de nuestra especie, la cual se caracteriza por ser social y cooperadora.
Keith Oatley, catedrático emérito de la facultad de psicología de la Universidad de Toronto, quien ha investigado durante gran parte de su carrera las relaciones entre lectura y cerebro, publica una revisión exhaustiva sobre los resultados obtenidos en este ámbito en la revista Trends in Cognitive Sciences y señala que la lectura permite ponernos en el lugar del otro, entenderlo, tratar de comprender qué pasa por su mente, cómo y por qué se siente así, pero no desde nuestra perspectiva sino intentando pensar cómo piensa él/ella, con sus creencias, sus valores, y además. La investigación y formación en neuroeducación y neurociencias en general está ayudando tanto al mundo de la educación como a la psicología a entender procesos de aprendizaje y comportamiento.
Oatley argumenta “siempre se suele decir que leer es positivo. Y en mi laboratorio quisimos saber por qué. Así que emprendimos una serie de estudios con el objetivo de discernir si leer ficción o no ficción suponía, por ejemplo, diferencias en cuanto al desarrollo de la empatía social o de la compresión del otro. Y ya en aquellos primeros experimentos observamos que las personas que leían novelas eran más empáticas y capaces de entender mejor a los otros que quienes no leían o preferían libros de no ficción”, explica el experto.
El motivo por el que la literatura de ficción o las películas pueden desarrollar nuestra empatía es, justamente, que nos permiten explorar la vida de otros, sus emociones, sus motivaciones, sus ideas. Como una especie de “simulación” de la vida real que nos permite realizar inferencias, involucrarnos emocionalmente. Nos permite entender al otro sin juzgarle, “leyéndole” (escuchándole) antes de aconsejarle con un simple “No te preocupes” que a veces puede resultar más una orden o una forma de “pasar del problema” cuando en realidad está cargado de la mejor intención hacia el otro pues no toleramos lo suficiente verle mal.
Diversos estudios en neurociencias señalan que leer novela, sobre todo cuando se trata de historias con tramas y personajes complejos, nos permiten entender la complejidad emocional del personaje y eso mejora nuestra comprensión social. Asimismo, en una investigación reciente le pidieron a un grupo de voluntarios que imaginara determinadas frases, como “alfombra azul oscuro”, mientras los neurocientíficos miraban qué pasaba en sus cerebros mediante un escáner. Y observaron que cuando los participantes decían aquellas frases, se activaba su hipocampo, una región asociada al aprendizaje y la memoria, como si evocaran el mundo real. “Los escritores no necesitan describir los escenarios de forma exhaustiva para promover la imaginación del lector; les basta con sugerir una escena”, apunta Oatley.
En otra investigación liderada por Raymond Mar, realizaron un experimento en que hicieron mirar a un grupo de voluntarios 36 fotografías de ojos de personas y para cada par de ojos debían escoger cuatro términos que expresaran lo que ellos creían que el propietario de esa mirada sentía. Los científicos vieron que aquellos voluntarios que más leían literatura de ficción eran también quienes mejores resultados obtenían y eran mejor capaces de realizar inferencias acerca de lo que el otro podía estar pensando. El mismo efecto, señalaban, se producía si los participantes veían películas centradas en historias que concernían a personajes complejos o incluso si jugaban a videojuegos con una narrativa detrás.
Otro estudio ha señalado que las novelas de Harry Potter fomentan la comprensión y empatía hacia grupos discriminados. Incluso la lectura es capaz de deshacerse de sesgos cognitivos y prejuicios, y en cambio, fomentar empatía hacia un colectivo. En este sentido, la saga de Harry Potter es capaz de ayudar a reducir ideas preconcebidas sobre grupos discriminados.
“La característica más importante y distintiva del ser humano es que tenemos vidas sociales. Nos relacionamos con los amigos, la pareja, los niños y esas relaciones no están preprogramadas por instinto. La ficción puede aumentar y ayudarnos a entender mejor nuestra experiencia social”, indica Oatley
Por otro lado, a nivel cerebral, con la lectura activamos el hemisferio izquierdo, encargado del lenguaje. Asimismo, el decodificar las palabras y frases y convertirlas en sonidos mentales requiere que se active la corteza cerebral. Y las cortezas occipital y temporal se ponen en funcionamiento para reconocer el valor semántico de las palabras, su significado.
Finalmente, Morgado destaca que la corteza frontal motora se activa cuando evocamos mentalmente los sonidos de las palabras que leemos. Los recuerdos que evoca la interpretación de lo leído activan el hipocampo y el lóbulo temporal medial. Las narraciones y los contenidos sentimentales del escrito, sean o no de ficción, activan la amígdala y demás áreas emocionales del cerebro. El razonamiento sobre el contenido y la semántica de lo leído activan la corteza prefrontal y la memoria de trabajo, que es la que utilizamos para resolver problemas, planificar el futuro y tomar decisiones.
Aplicar estos conocimientos en las aulas, a través de una formación adecuada del profesorado o profesionales que trabajan con el colectivo escolar con programas como el Máster en Neuroeducación permite conocer el funcionamiento de nuestro cerebro y mejorar el desarrollo de los más pequeños. La educación en hábitos de lectura y el tipo de literatura que utilizamos en las aulas es clave en la formación personal y emocional de nuestros pequeños. Y también podemos aplicar estos conocimientos a nosotros mismos para mejorar nuestra empatía. ¡A leer se ha dicho!