La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que más de 1 millón de personas mueren por suicidio cada año, mientras que muchos más lo intentan. El suicidio es una de las tres primeras causas de defunción entre las personas de 15 a 44 años en algunos países y la segunda causa en el grupo de 10 a 24 años. Estas cifras no incluyen las tentativas de suicidio, que son hasta 20 veces más frecuentes que los casos de suicidio consumado.
En la actualidad uno de los factores de riesgo dentro de las causas de suicidio en adolescentes es el mal manejo de las pérdidas y fracasos que experimenta en su vida: la ruptura de una relación, la muerte de algún ser querido, las consecuencias de una enfermedad, el divorcio de sus padres, el fracaso escolar, el no tener el mejor cuerpo, etc., son algunas situaciones que pueden potencializar intentos de suicidio dentro de la adolescencia.
Nuestra sociedad enseña y obliga a los adolescentes a buscar y obtener resultados inmediatos. Somos una sociedad que vende la idea de altas expectativas, en donde no podemos renunciar a nada y queremos tenerlo todo, en la que el fracaso y el sufrimiento son algo que no debemos experimentar. Abrumado por todo esto, el adolescente actual carece de herramientas adaptables positivas para hacer frente a estas situaciones, ya que tendemos a asociar la conquista de ciertas aspiraciones constantes (por lo general externas) con la felicidad y cuando no las alcanzas resulta realmente difícil sobreponerse.
Vivimos siempre pendientes de lo que nos falta, sin valorar lo que hemos logrado. Por lo tanto, la carencia de recursos adaptables para hacer frente a una situación de pérdida o fracaso genera en el adolescente pensamientos de culpa, de infelicidad y de vergüenza, además de conductas autodestructivas (consumo de drogas, actividades sexuales de riesgo, autolesiones, etc.) que pueden desencadenar en suicidio.
En una sociedad en la que predominan valores como la ambición, la generación de necesidades, la inconformidad y una necesidad patológica de éxito, es importante educar a los adolescentes que el fracaso o una pérdida implican dolor y sufrimiento. El chico o la chica debe experimentar los diferentes matices del duelo buscando la adaptación positiva para experimentar una nueva realidad.
El fomentar conductas positivas como escuchar de manera activa las quejas del adolescente, evitar hacerlo sentir culpable por sus fracasos, no minimizar y respetar sus emociones y metas, implicar a la familia y amigos al dialogo constructivo, es decir fomentar la empatía… son algunas de las formas en las que podemos lograr con éxito una adaptación positiva en el duelo y reducir los intentos de suicidio.
Por lo tanto familia, educadores y profesionales de la psicología y la salud debemos motivar a los adolescentes a tener el coraje de ser imperfectos, que reconozcan que la búsqueda de la perfección es efímera, brindarles las herramientas para que se permitan ser vulnerables, que la felicidad es un estado mental y no es algo que se obtenga por logros externos y número de posesiones, que se permitan fracasar y, desde ahí, crear sus propias herramientas adaptables para situaciones complejas.