La investigación sobre la estigmatización de las enfermedades mentales se ha agravado por el interés en la teoría del etiquetaje (Hastings y Remington, 1993). Una vez que una persona extravagante es clasificada como “enfermo mental”, la sociedad responde con un estereotipo determinado y el individuo se siente cada vez más aislado y señalado (Scheff, 1966).
La estigmatización de las personas con trastornos mentales y neurológicos
Los críticos de la teoría del etiquetaje sostienen que este planteamiento subestima la importancia de la desviación inicial y de las alteraciones inherentes a la enfermedad mental al provocar una etiqueta que minimiza la capacidad de los pacientes mentales para sacudirse de los efectos negativos del estigma (Gove, 1975).
Una encuesta realizada en Illinois concluyó que los enfermos mentales eran vistos por el público en general con temor, desconfianza y desagrado. Ancianos y jóvenes, personas de alto y bajo nivel cultural, veían al enfermo mental como “relativamente peligroso, sucio, impredecible y despreciable” (Nunally, 1961).
Un estudio británico de 1996 confirmó que el 50% de personas encuestadas creían que prenderle fuego a un edificio público se debía “muy probablemente” a la consecuencia de una enfermedad mental (O´Grady, 1996). De igual manera, aunque muchos norteamericanos atribuían correctamente la causa de enfermedad mental a un desequilibrio hereditario y bioquímico, el 93% también culpaba al alcohol y las drogas, el 58% a la falta de disciplina (Borenstein, 1992).
Erving Goffman (1963), en su clásica publicación Estigma: la identidad deteriorada, señala que los procesos de estigmatización surgen desde la discrepancia entre una «identidad social virtual» correspondiente a las características que debe tener una persona (según las normas culturales) y una «identidad social actual”, que indica los atributos que representa esa persona.
Cabe señalar que, según Yang L, Kleinman A, Link B, Phelan J et al. (2007), dichas etiquetas se sustentan en las normas socioculturales establecidas para cada comunidad o grupo social. En el caso de las personas con trastornos mentales, los estereotipos se refieren usualmente a la posible peligrosidad, debilidad e inutilidad de estos individuos.
El estigma de la enfermedad mental
En relación al estigma en los sujetos que padecen una enfermedad mental, su expresión más grave es el autoestigma. Esta condición se refiere a la internalización, por parte del individuo, de las actitudes negativas que ha recibido (Yang L, Valencia E, Alvarado R, Link B et al., 2013). El estigma internalizado se ha relacionado con creencias de desvalorización y discriminación, con disminución de la calidad de vida, la autoestima, la autoeficacia y el agravamiento de los síntomas.
Por su parte, el estigma en la familia es un estado en el que se transmite la devaluación social por estar ligado a una persona estigmatizada. Se han observado diversos síntomas en las familias de personas con algún trastorno mental, como, por ejemplo, trastornos del sueño, alteraciones de sus relaciones interpersonales, empobrecimiento de su bienestar y de su calidad de vida (Wong C, Davidson L, Anglin D, Link B et al., 2013)
El estigma institucional
En cuanto al estigma institucional, éste se vincula con las políticas tanto de instituciones públicas como privadas (incluidos los profesionales y funcionarios que en ellas ejercen). Se ha constatado que a pesar de que las actitudes de los profesionales de la salud hacia la enfermedad mental son más positivas que las del público general, son frecuentes las actitudes paternalistas o negativas, especialmente en cuanto al pronóstico y las (supuestas) limitadas posibilidades de recuperación de las personas con enfermedad mental (Kingdon D, Sharma T, Hart D, 2004)
El estigma público
Por último, el estigma público se produce cuando la comunidad manifiesta prejuicios y estereotipos negativos hacia los pacientes y, en consecuencia, actúa discriminatoriamente hacia ellos. Estas actitudes estigmatizadoras pueden situarse desde edades tempranas de la vida por medio de la socialización (Gray AJ, 2002)
Para enfrentar la estigmatización, Corrigan PW, Roe D, Tsang HW (2011) postulan que los «programas de empoderamiento personal» son la mejor estrategia para disminuir el estigma internalizado. Estos programas implican potenciar los recursos personales de cada persona con enfermedad mental, generando mayor control de sus vidas y los imparten psicoterapeutas con formación en psicología clínica y de la salud.
Estigma familiar
Con respecto al estigma hacia la familia, entre las intervenciones que se han aplicado con mayor frecuencia están las de tipo comunitario, las cuales se fundamentan en estrategias de apoyo, contención, psicoeducación y entrenamiento para manejar las eventuales crisis que podrían presentar los pacientes (Heijnders M, Van Der Meij S, 2006).
Estigma institucional
En lo que corresponde al estigma institucional, el rol de los profesionales de la salud debe ser el de agente desestigmatizador. La clave es involucrar a los profesionales de la salud en los programas antiestigma, con el fin de comprometerlos en una tarea que implique cercanía y apoyo constante a los pacientes y familiares afectados por el estigma (Schulze B, 2007).
Estigma público
Finalmente, con respecto al estigma público, está la protesta que desafía las actitudes estigmatizadoras además de las conductas que promueven aquellas actitudes, sin embargo, en ocasiones, su impacto puede generar mayor rechazo en el público. Asimismo, está la psicoeducación, que tiene como objetivo modificar las creencias de las personas reemplazándolas por conocimiento más objetivable. Al igual que la protesta, la psicoeducación ha reportado resultados poco significativos, lo cual sugiere que los efectos de este tipo de intervenciones son limitados. No obstante, el contacto interpersonal con personas de grupos estigmatizados constituye la tercera estrategia para reducir el estigma y se muestra como la estrategia más efectiva, particularmente si se enmarca en programas de participación comunitaria. Además, si estas intervenciones que incluyen contacto con pacientes o ex pacientes se dirigen a grupos sociales «clave», como, por ejemplo, empleadores, proveedores de salud mental, profesionales de justicia criminal, diseñadores de políticas, medios de comunicación, etc., su probabilidad de éxito será mayor (Corrigan PW, Shapiro JR, 2010).
La verdad que la estigmatización de las personas con enfermedades mentales es algo que se debería educar. Yo creo que tanto públicamente como para luchar contra el estigma internalizado. Hay pocos sitios que lo traten y donde ayuden a los familiares también a ver que siguen siendo personas y que tienen una enfermedad. Y que aparte de eso tienen personalidad propia.
Me ha gustado el artículo, es interesante y conciso. Da soluciones aunque el mundo no haga caso.
ese estigma es la maldición eterna. Hay que buscar hablar con el psiquiatra por Zoom. Después que se corre la voz , la gente no te toma en serio. Ni lo que haces ni lo que dices.