Cada año, cerca de 15 millones de personas padecen un ictus en el mundo, una enfermedad cerebrovascular de inicio brusco, que afecta a los vasos sanguíneos que suministran sangre al cerebro. La repercusión a nivel sanitario, económico y social es muy notable debido a su elevada incidencia y prevalencia, y por su impacto en la calidad de vida de las personas afectadas y de sus familias.
¿Qué es el ictus?
El ictus es un grupo heterogéneo de trastornos en los que se produce una lesión cerebral, transitoria o permanente, en la función de una determinada región del encéfalo, debido a una alteración brusca del flujo sanguíneo cerebral. Se clasifican en dos grandes grupos:
Ictus Isquémico
El daño celular se produce por una oclusión trombótica de una arteria cerebral, y la consecuencia es la necrosis neuronal de la zona afectada del encéfalo.
Ictus Hemorrágico
Cuando la sangre se expande por la cavidad craneal (tejido cerebral o espacio aracnoideo) debido a la rotura de un vaso sanguíneo, arterial o vena.
Manifestaciones clínicas post ictus
La experiencia de padecer un ictus es altamente traumática tanto para la persona afectada como para su entorno más próximo.
Las manifestaciones clínicas post ictus son altamente heterogéneas dependiendo de la zona lesionada, de su extensión y de su gravedad. Las más habituales son alteraciones físicas (de movimiento y sensoriales), cognitivas (memoria, atención, lenguaje, abstracción…), conductuales (impulsividad, dificultades en las AVD, déficits motivacionales, conductas inapropiadas, irritabilidad…) y emocionales (tristeza, rabia, impotencia, frustración, inutilidad, inseguridad, incertidumbre…).
Las alteraciones psicopatológicas (emocionales y conductuales) que presentan los pacientes condicionan de forma muy importante el curso de la enfermedad tanto en lo que se refiere a la morbilidad como a la recuperación funcional. Estas alteraciones vienen determinadas por la localización de la lesión cerebral, ya que puede afectar a áreas que tengan que ver con la gestión, modulación y expresión de las emociones; por el grado de pérdida de capacidades y autonomía; y por la percepción subjetiva de la enfermedad y de cambio, así como por variables personales (edad, sexo, nivel educativo, estilos de afrontamiento, creencias, personalidad, etc.).
El malestar psicológico se puede manifestar en diferentes grados e intensidades, desde un afrontamiento no patológico hasta la aparición de patología psiquiátrica mayor, pasando por trastornos adaptativos, como situación intermedia.
Estadísticas de Ictus
Después de padecer un ictus un 10% de los casos se recuperan prácticamente de forma completa, el 25% vivirá con algunos problemas menores, el 40% tendrá que convivir con problemas importantes, el 10% padecerá una gran discapacidad y el 15% morirá al cabo de poco tiempo (Mosquero Gámiz, 2018).
Las patologías que presentan una mayor prevalencia tras un Ictus son los cuadros depresivos (35-40%), los trastornos de ansiedad (25%) y los trastornos de conducta, frecuentemente infradiagnosticados y no tratados.
Depresión post Ictus
La depresión post ictus es el principal factor de mal pronóstico en la recuperación funcional, y multiplica por 10 la mortalidad de los pacientes en comparación con los que no la padecen (Espárrago Llorca et al., 2015).
Una de las cuestiones que genera más controversia hace referencia a la etiología de la depresión post ictus. ¿Está directamente relacionada con la localización de la lesión, o es un mecanismo psicológico mas indirecto debido al padecimiento de la enfermedad y a las posibles consecuencias (limitaciones) de la misma?
Algunos estudios apuntan a que la sintomatología depresiva puede ser una reacción adaptativa de duelo (Fernández Gómez & González Hernández, 2009), debido a la vivencia de pérdida de salud y/o capacidad funcional, ya sea del propio paciente o de personas queridas.
Cabe destacar la dificultad del diagnóstico diferencial, debido a la elevada comorbilidad neuropsiquiátrica ya que después de padecer un ictus pueden aparecer síndromes cognitivo-conductuales que pueden confundirse con la depresión, como por ejemplo fatiga post ictus, reacción catastrófica, labilidad emocional, pérdida de autoactivación psíquica, aprosodia afectiva y apatía.
Desgraciadamente en más del 50% de los casos, la depresión ni se diagnostica ni se trata, con las graves consecuencias que esto conlleva para los pacientes y su entorno más inmediato.
Ansiedad tras un Ictus
Padecer un ictus favorece la presencia de elevados niveles de ansiedad en el paciente, debido a la experiencia de pérdida de control de la situación y a la incertidumbre en relación con el proyecto vital a corto y medio plazo.
Habitualmente se ha tratado la ansiedad, en estos casos, como una patología general, sin entrar en el detalle de los subtipos, lo cual ha comportado diseños de intervención terapéutica no adecuados e ineficaces.
De nuevo es necesario destacar la importancia de un correcto diagnóstico diferencial, ya que la comorbilidad con la depresión es muy elevada. Estos pacientes manifiestan de forma significativa menos contactos sociales y una mayor dependencia en las AVD.
Detección y Tratamiento del Ictus
En la última década, se ha avanzado de forma importante en la detección y tratamiento en la fase aguda del ictus, incrementando la supervivencia de los pacientes, pero el impacto de esta enfermedad va mucho más allá, convirtiéndose en una patología crónica que comporta limitaciones diversas y un importante padecimiento emocional, tanto de la persona afectada como en su entorno más inmediato, lo cual condiciona la capacidad de recuperación y/o adaptación a la nueva situación.
Modelo Biomédico Vs. Biopsicosocial
Pero la preponderancia aún del modelo biomédico versus el biopsicosocial hace que en la mayoría de los casos los equipos multidisciplinares prioricen la recuperación física y algunos aspectos cognitivos, y no atiendan de forma correcta las alteraciones emocionales de pacientes y familiares, provocando una baja calidad de vida en todos ellos.
Para revertir esta situación, es básico reclamar la incorporación del profesional de la psicología clínica y de la salud en todo el proceso de tratamiento de las personas afectadas por un ictus y de sus familiares (los grandes olvidados).