La muerte es un tema incómodo para la raza humana, pero a pesar de ello siempre ha existido una curiosidad, más allá de las creencias, por saber qué experiencias tienen las personas que han estado en trance de muerte y han llegado a sobrevivir. Nos referimos a las llamadas experiencias cercanas a la muerte (ECM).
El número de este tipo de experiencias se ha incrementado en las últimas décadas gracias a las modernas técnicas de reanimación cardiaca. En 1975 el psiquiatra Raymond Moody tipificó por primera vez una serie de vivencias comunes compartidas por pacientes que habían pasado por reanimación, tales como una profunda sensación de paz, la visión del propio cuerpo desde el exterior, una revisión vital de los sucesos de la vida, encontrarse en un túnel con una luz al final, e incluso reportes de contactos con familiares fallecidos o seres espirituales.
Hoy en día gracias a la Neurología y a la Psicología muchos de los aspectos vividos en las ECM tienen una explicación científica. Por ejemplo, la visión del túnel puede ser generada por alteraciones sobre las zonas ópticas siendo esto coherente con la visión central de la mácula provocando que la actividad visual durante la isquemia retinal de la impresión de ver una luz al final de un túnel.
Alteraciones del cerebro
Las alteraciones del lóbulo contralateral izquierdo son susceptibles de generar la conocida “sensación de presencia” que, aunque no patológica, sabemos que también se da en trastornos mentales como la esquizofrenia. Estas alteraciones explicarían los encuentros que se reportan con entidades o personas fallecidas.
Las experiencias de salida del cuerpo o alucinaciones heautoscópicas son comunes con otras afecciones como por la epilepsia del lóbulo temporal. De hecho, pueden ser producidas artificialmente estimulando la zona derecha temporal-parietal y según Olaf Blanke (2004) son consecuencia de un fallo de integración de la información del propio cuerpo.
La base neurológica y psicológica de las ECM la encontramos en la alteración de la conciencia provocada por el estrés extremo lo que produce una distorsión temporal con la consecuente inhibición de los mecanismos lingüísticos, así como la correspondiente activación de técnicas de protección emocional ante cualquier trauma que amenace la vida. El cerebro reacciona provocando sensaciones de analgesia, indiferencia e incluso euforia, producto del efecto de los neurotransmisores dando lugar a alucinaciones visuales complejas mediante la actividad epiléptica en estructuras límbicas (cerebelo, hipocampo, áreas internas) y a la creación de una historia coherente post-experiencia (Saavedra-Aguilar y Gómez Jeria 1989).
Opiniones dispares
Por contraintuitivo que parezca en nuestro acercamiento a este tipo de fenómenos parece que la anoxia y el daño cerebral son solo uno de los mecanismos susceptibles de provocar una ECM (Blackmore 1993) y no al contrario. Un apoyo a este hecho es que las ECM se han llegado a dar aunque la vida del sujeto no haya corrido peligro.
No todas las posturas ante las ECM son unánimes. Existe un conglomerado de publicaciones de profesionales de la Medicina, cardiólogos como Pim Van Lommel o psiquiatras como Raymond Moody que no dudan en afirmar que la conciencia es independiente del cerebro. Todos ellos bajo el prisma último de la subjetividad citan como presuntas pruebas de ello experiencias vividas por pacientes al borde de la muerte e incluso experiencias propias como la del neurocirujano Eben Alexander (2012) renunciando a aplicar explicaciones más adecuadas al principio de parsimonia como expresaron las críticas posteriores (Scientific American,Shermer 2013).
Asimismo, en los casos donde se han reportado datos positivos a favor de esta pervivencia de la conciencia, como son los presentados por psicólogos como Charles Tart (2009), nos encontramos con experimentos que adolecen de falta de control sobre las variables extrañas, arrojando los que están correctamente diseñados resultados nulos (Lawrence 1996, Sartori 2004).
Consideraciones para tratar pacientes con ECM
El hecho de que las ECM se den solo en un porcentaje pequeño de personas no es razón para ignorar la importancia que puede tener una experiencia así para los pacientes. He aquí algunas consideraciones básicas que merece la pena recordar:
• Distinguir entre la vivencia de la ECM que generalmente no es vivida con terror por mediación de los mecanismos antes citados, aunque aún susceptible de TEPT (Greyson 2001) de la serie de acontecimientos traumáticos (accidentes, atentados, y amenazas para la propia vida) en los que se ve inmersa la persona previos al trauma, que se recuerdan con dificultad o bien se encuentran directamente disociados. Estos últimos son los que deben ser especialmente atendidos ante la posibilidad de un trastorno de estrés post-traumático.
• Menospreciar la vivencia de un paciente si se decide a compartirla en consulta es un error compartido por los profesionales del ámbito sanitario. Muchas personas ocultan o minimizan las ECM en ocasiones durante años, por miedo a la vergüenza o a la estigmatización. Si la experiencia existe y es relevante se debe trabajar en el marco de la relación terapéutica bajo el principio de aceptación incondicional para que se integre correctamente.
• Debe valorarse la adaptabilidad de la persona a su ambiente social, laboral y familiar, así como al sufrimiento egodistónico, como el peso que sufrir una ECM ha influido en su perspectiva. No hay que olvidar atender al cómo se llegó a experimentar ya que tienen implicaciones completamente distintas a nivel terapéutico. Por ejemplo, no será lo mismo sufrir una ECM por un accidente fortuito que por un intento autolítico.
• Se pueden dar cambios de tipo fisiológico, citando a Atwater (2012) parecen ser muy comunes (del 90 al 95%) la fotosensibilidad, un aumento de la curiosidad, la disminución de la presión arterial y un incremento de la capacidad de invención y de las sinestesias.
• A nivel de cambios psicológicos se produce de forma muy común una pérdida del miedo a la muerte, un aumento de la capacidad de manejo del estrés, una mayor apertura a la experiencia y menos ansias de competición.
• Existe un porcentaje muy pequeño de experiencias cercanas a la muerte que son de carácter angustioso y atemorizante. Generalmente suelen producirse tras administrar naloxona al paciente (Judson & Wiltshaw, 1983), un antagonista usado en casos de intoxicación aguda por opiáceos, depresión respiratoria y choque séptico.