La teoría del apego de John Bowlby surgió entre 1907-1920 y aún sigue en vigencia. Dicha teoría permite explicar las diferencias individuales respecto a cómo la gente piensa, siente y se comporta en las relaciones interpersonales.
El apego hace referencia a los vínculos emocionales que creamos con otros a lo largo de la vida, primero con nuestros progenitores, y después con nuestros amigos, la pareja y nuestros hijos. A continuación, recordamos los tipos de apego:
- Seguro: es aquel en que el niño confía en que sus padres serán accesibles, sensibles y colaboradores con él si se encuentra en una situación atemorizante, por lo que a partir de esta seguridad, se atreve a hacer sus exploraciones del mundo.
- Ansioso: el niño está inseguro de si sus progenitores serán accesible y si lo ayudarán cuando necesite. Esta pauta de conducta se refuerza cuando el progenitor se muestra accesible en algunas ocasiones y en otras no; también se da por las separaciones y por las amenazas de abandono utilizadas como estrategias de control conductual por parte de los padres.
- Evitativo: se desarrolla cuando el niño no confía en que cuando busque cuidados recibirá respuesta, por el contrario, espera ser despreciado, razón por la cual intenta volverse emocionalmente autosuficiente. Este tipo de apego es resultado del rechazo continuo de los progenitores cuando el niño se acerca a ellos en busca de alivio y protección.
Relación entre trastornos de apego y psicopatologías
Varias investigaciones han indicado que existe una relación entre los trastornos de apego y el mayor riesgo de padecer alguna psicopatología: trastorno de ansiedad, de pánico, depresión o adicción, entre otras muchas (Gaschler, 2013).
Desde que nacemos, podemos percibir la forma en que se relacionan nuestros progenitores con nosotros. Por tanto, durante la infancia nuestros padres serán la principal figura de apego, aunque puedan aparecer otras figuras como nuestros hermanos, familiares o amigos. Más adelante, en la adolescencia, nuestros amigos irán ganando terreno en la jerarquía de las figuras de apego y en la adultez temprana, éstos y la pareja estarán al mismo nivel que los padres, hasta que sea nuestra pareja estable la que se convierta en nuestra figura principal de apego (Lafuente, 1992; López, 1993).
Cabe destacar que existen similitudes en el proceso de vinculación desde la infancia a la edad adulta, entre las que se observan (Melero, 2008):
- El contacto físico: tanto en las relaciones de apego con nuestros progenitores como en las de pareja se observan interacciones íntimas únicas y diferentes al resto.
- Los criterios de selección: nos vinculamos principalmente con aquellos que responden a las necesidades propias y que son atractivos, competentes y familiares.
- La reacción ante la separación: la separación con nuestra figura de apego crea mucho estrés y ansiedad en la infancia, y pese a que los adultos podemos gestionar mejor las separaciones, muchos se ven más afectados dependiendo del estilo de apego que haya desarrollado.
- Los efectos sobre la salud física y psicológica: la ruptura de la relación con la figura de apego nos hace más sensibles a enfermedades físicas y psicológicas.
Por último, la forma en que nos vinculamos, influye en la forma de amar, así (Alonso, 2016):
El estilo de apego seguro se asocia con relaciones confiadas y positivas en las que hay mayor autonomía previa, mejor selección de la pareja, mejor establecimiento del vínculo, ideas positivas y a la vez, realistas sobre el amor, así como una mejor elaboración de la ruptura.
Por su parte, el estilo de apego ansioso se relaciona con vínculos dependientes y a una continua necesidad de confirmación de que se es amado. Sus características principales son: dificultades con la autonomía, búsqueda y selección de pareja precipitada, miedo a no ser amado o amada y a la pérdida, celos más frecuentes, ideas contradictorias sobre el amor, mayor dificultad para romper una relación e inestabilidad e inseguridad emocional.
El estilo de apego evitativo tiene que ver con relaciones desconfiadas y distantes y se observan conductas como poca autonomía emocional, miedo a la intimidad, dificultad para establecer relaciones y para las manifestaciones afectivas, ideas pesimistas sobre el amor, aparente facilidad para la ruptura e inseguridad.