“Abandonad toda esperanza aquellos que aquí entráis”. Según Dante y su Divina Comedia, esas palabras están escritas en la puerta que da acceso al infierno.
Con ellas se concede al condenado, al mismo tiempo, una primera tortura y una última muestra de misericordia. Una primera tortura por cuanto se le recuerda que va estar condenado para el resto de la eternidad. Una última muestra de misericordia por cuanto se le invita a no aferrarse a una esperanza que tan solo le conducirá a decepción y le hará sufrir más. Los que se asoman a la puerta del suicidio suelen estar experimentando esa misma dualidad.
El suicidio, ¿voluntad de morir o de comunicarse?
Un sector importante de la Psicología considera el suicidio más como un intento desesperado de comunicación que como una verdadera voluntad de morir. El suicida trata de comunicar de forma desesperada y sin palabras que no desea seguir viviendo como vive, y que bien se ha cansado de luchar o bien está demasiado asustado por lo vivido como para vivir lo que le espera. Es cuando ese llamamiento desesperado falla cuando el intento de suicidio se repetirá. No es en vano que el 60% de los que lo intentaron, en un momento dado lo volverán a intentar suicidarse.
Tratamiento clínico real de una suicida
Hablemos brevemente de Chelsea. Preparó todos los medios suicidas que podamos imaginar: el trago de lejía, asomarse al cuarto piso en el que vive y, sobre todo, cuchillos y elementos lesivos de todo tipo. La absoluta falta de esperanza se reflejaba en sus ojos y en sus palabras desde la primera sesión a la que, por cierto, vino a la fuerza. Lo destacable de su caso es precisamente que manifestaba que el preparar aquellos medios de suicidio la ayudaba a sobrellevar el día a día, porque, en aquel momento, le daban sensación de control y paz. Y es que la ausencia de paz asociada con la desesperanza suele ser en demasiados casos el detonante definitivo de un intento de suicidio. En el caso de ella había crecido un sentimiento inalterable y continuo de imposibilidad de cambio, una convicción total de que su vida solamente podía ir a peor: estaba sola y seguiría sola, era una decepción para los que la rodeaban y lo sería cada vez más, era totalmente inútil y lo sería cada vez más… esa resignación que bien podemos llamar “factor desesperanza” la empujaba de forma inexorable a ceder tarde o temprano a aquel deseo de suicidarse, de “no perder más tiempo en este mundo ni hacérselo perder a los demás… ¿para qué sirve mi vida?”, que ella misma decía. Cuatro años después de aquello y habiendo avanzado una eternidad a base de su propio esfuerzo, Chelsea sigue intentando escaparse de la terapia, pero esa es otra historia…
La falta de esperanza y el suicidio
¿Tan grave, tan peligrosa es la desesperanza en el riesgo suicida? Como elemento establecido en la mente, podemos considerarlo quizá el más peligroso de todos, por muchas razones. Por ejemplo, ante la depresión, ante el duelo, ante la fatiga y otros, el entorno del individuo se pone en alerta, barajando la posibilidad de que aquel decida suicidarse para dejar de sufrir. Sin embargo, la desesperanza demasiadas veces pasa desapercibida, por cuanto es algo tan interno que ni el propio individuo la va a identificar como tal, seguramente. Sin embargo, es posible que ya en ese momento esté perdiendo la esperanza de que algo pueda mejorar, que vaya a recuperar las ganas de que algo merezca la pena. La desesperanza, con vertiginosa velocidad, puede volverse cíclica y llevarle a pensar que nada va bien y nada va a mejorar. Que ese sentimiento cristalice en un deseo suicida puede ser cuestión de tiempo. Y no demasiado tiempo.
¿Existe relación entre depresión y desesperanza en el suicidio?
La desesperanza se vuelve peligrosa igualmente ya que no existe necesariamente un vínculo directo entre la depresión y la desesperanza. La depresión tiene todo su listado de factores identificables (para eso tenemos en CIE-10, el DSM-V y otros instrumentos), y aunque es verdad que la persona deprimida suele experimentar desesperanza como uno de los síntomas de suicidio, esta se puede presentar mucho antes y de forma independiente a que se den todos los factores para identificar la depresión. “¿Cómo pudo llegar a eso? No parecía deprimido”, es la frase que se escucha con demasiada frecuencia en casos así. Y es que cuando aparece la desesperanza, mucho antes de que aparezcan los trastornos de sueño, del apetito, y demás propios de la depresión, el individuo habrá empezado a revivir traumas y experiencias pasadas reinterpretadas de tal manera que le empujen a un sentimiento de que no hay posibilidad de salir de la gris espiral en la que se encuentra y que el futuro solamente puede ser igual de oscuro que el pasado y el opresivo presente. En ese punto no estamos hablando de “desesperación” (pasajera, temporal y reactiva), sino de “desesperanza”, un estado en que todos y cada uno de los elementos de la vida y la existencia carecen de sentido y se vuelven terrible y dolorosamente asfixiantes.
No hay nadie inmune a la posibilidad de caer en la desesperanza. Evidentemente, hay que hacer la salvedad de indicar que personas con vidas traumáticas, con vidas donde aparecen elementos como la indefensión, el abuso, el maltrato, el abandono y otros, pueden ser más propensos a ella. En su caso, la interpretación negativa del pasado les viene ya dada, y en demasiadas ocasiones su presente está condicionado por esos traumas.
Las perspectivas de futuro en la mente de un suicida
El futuro no pinta positivo, y cómo podría, si lo positivo escapa de lo que han conocido en sus vidas. En el caso de estos individuos que han vivido una situación casi permanente de desesperación, cuando esta se transforma en desesperanza puede pasar desapercibida para los que les rodean. Beck y Seligman hablan de “desesperanza aprendida” y lo fácil que es confundirla con derrotismo, pesimismo, negatividad general. Así es como se implanta ese sentimiento de que todo ha ido mal, va mal y seguirá mal y, naturalmente, por culpa de uno mismo. No importa que se haya alcanzado el éxito en la vida, ni que se “tenga todo lo necesario para ser feliz”. El sentimiento de que hay algo mal en uno mismo y que se es el culpable de todo lo ocurrido puede ser demasiado en esos momentos. Aquí nos encontramos con otro círculo, el de anticipar el fracaso de cualquier proyecto o ilusión para la vida, como una protección contra el sentimiento de decepción, pero de hecho perpetuando la desesperanza que, con peligrosa velocidad, puede cristalizar en un ánimo suicida que, al convertirse en una ideación suicida, dará lugar al plan.
¿Es posible combatir la desesperanza?
Y muy importante, ¿se puede hacer sin añadirle tensión emocional a aquellos que la están atravesando, o que se encuentran en un estado de desesperación reactiva? Bien, no existen soluciones mágicas ni hay medicamentos contra la desesperanza. Si además viene como compañera de la depresión, incluso los remedios más exhaustivos pueden ser ineficaces mientras dura la batalla. Habremos avanzado cuando empiece a cambiar el punto de vista de quien la está sufriendo, cuando un vestigio de esperanza pueda asomarse a su mente.
¿Recordamos a Chelsea, a la que citábamos antes? Bien, hemos avanzado cuando a su pregunta “¿para qué sirve mi vida?” haya una respuesta. Hace algunos meses el Almirante William McRaven se hacía famoso con su arenga “si quieres cambiar el mundo, comienza el día haciendo tu cama”.
La simplicidad del planteamiento no deja de ser interesante, por cuando el resultado puede ser realmente un punto de inflexión. “Así comenzarás el día con una actividad completada con éxito y, si por casualidad tienes un día horrible, llegarás a casa y te encontrarás una habitación con tu cama hecha”. De este modo, con pequeñas actividades que puedan ser completadas con éxito, al menos una o dos al día, se puede ir marcando el aprendizaje de la esperanza, de que sí es posible que el futuro esté en nuestras manos. Y, al conseguirlo, un elogio y una recompensa. Da igual que al principio el paciente no lo sienta, o incluso le duela oírlo. La autoayuda y el apoyo del entorno no son mágicas, pero tienen mucho efecto. El refuerzo positivo puede ser más del 50% de la prevención de la depresión y el suicidio.
Se puede vencer a la idea del suicidio
Así, una actividad planteada y completada. Un “¡bien hecho!”, un pequeño premio. La actividad no tiene que ser evitar el calentamiento global, puede ser empezar el día haciendo la cama. El premio no tiene que ser un Ferrari, puede ser un dulce o un palito de zanahoria. El encomio no tiene que ser tan grande y exagerado que incomode, basta un “¡buen trabajo!” o un “¡excelente, te lo agradezco mucho!”. Aunque sea algo pequeño, se ha conseguido, y se merece el elogio. De esa manera, se puede plantear la base para romper la desesperanza que puede llevar al suicidio con vertiginosa facilidad.
Y, aquel que rompa ese círculo, aquel que abandonó la esperanza al entrar en el infierno, verá que también el infierno tiene puerta de salida.
Mientras hay vida hay esperanza y Mientras hay vida hay desesperanza. Las dos pueden ser validas. Las dos pueden ir mezcladas.
O sea, que hay que ENGAÑAR a la persona deprimida y sin esperanza haciéndole creer que sí vale la pena seguir adelante, aunque NO SEA CIERTO… Y cuando se dé cuenta del engaño, ¿qué treta habrá que usar?