Muchas veces he escuchado decir que la mayoría de adolescentes consumen porros y que esto es lo normal. Según la encuesta realizada a los estudiantes de secundaria de 14 a 18 años en España en 2021 (ESTUDES), el 22% había consumido cannabis el último año y de ese 22%, un 6% lo consumía habitualmente. Por lo tanto, la mayoría de estudiantes menores de edad, el 78 %, no consume cannabis.
El cannabis es una planta que tiene propiedades terapéuticas comprobadas científicamente, al igual que la morfina y otros medicamentos. El problema surge cuando se consume entre adolescentes como medio para relacionarse, al igual que las bebidas alcohólicas. Buscar desinhibirse, divertirse, sentirse aceptado por amigos, vivir experiencias emocionantes, evitar el dolor emocional, llenar el vacío existencial, buscar el sentido de la vida, comunicarse con los demás, sentir amor hacia uno mismo, la familia y los amigos, y buscar la felicidad son estados deseados por cualquier individuo y podemos decir que son necesidades humanas.
Detrás de la adicción
La educación en nuestras familias y sociedad se enfoca en la adquisición de conocimientos, la competitividad y la exigencia de tener éxito, pero se olvida de enseñar la salud física, emocional, relacional y existencial (sentido de la vida, valores, ética), lo que implica aprender a amarse a uno mismo y a los demás, tener la capacidad de tolerar y aceptar las frustraciones y pérdidas de la vida y tener la capacidad de gestionar el dolor emocional. Aunque los progenitores y educadores hacen grandes esfuerzos para educar en la inteligencia emocional, los medios que se utilizan siguen siendo arcaicos y a menudo alimentan aquello que se intenta evitar, porque los valores siguen siendo los mismos: tener por encima de ser, hacer por encima del estar. Las heridas emocionales personales y sociales se transmiten inconscientemente a las siguientes generaciones y la educación se queda en algo intelectual que no provoca cambios profundos.
Todas las personas experimentan dolor emocional y tienen traumas no resueltos. La dificultad reside en poder comprenderlos, expresarlos, compartirlos y gestionarlos. El consumo de cannabis y otras drogas intenta anestesiar este sufrimiento y aunque al momento se consigue, a largo plazo, acaba creando una dependencia psicológica que provoca otro sufrimiento físico y emocional. En algunos casos, el trauma causante de la adicción puede llegar a perder importancia ante las graves consecuencias del consumo, provocando un nuevo trauma. El círculo adictivo se convierte en un problema, el consumo ya no es un medio para sentirse mejor y se convierte en un fin por sí mismo.
El consumo habitual de drogas y alcohol no es una característica de la adolescencia, sino un síntoma de sufrimiento emocional de la persona. Como dice Michael Brown: «Toda adicción es un malestar emocional, toda adicción es una experiencia, toda experiencia es cambiable». Este malestar emocional puede ser provocado por múltiples causas: un abuso sexual en la infancia, experiencias de maltrato escolar o familiar, divorcio confictivo de los padres, estar en contextos sociales de violencia, abuso de poder de autoridades o pobreza extrema, secretos tóxicos de las familias, muertes inesperadas de personas cercanas, presión sobre las expectativas exigentes de la familia y escuela, etc.
Cuando hablamos del consumo de cannabis y otras drogas, la cuestión no es tanto los efectos de estas sustancias -que sólo son un medio-, si no la relación que establecemos con ellas y el para qué se consumen.
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