El científico y psicólogo experto en felicidad de la Universidad de Harvard, Dan Gilbert, impartió la charla en el centro cultural CaixaForum «Felicidad, lo que tu madre no te contó» (Madrid, 2016). El respetado profesional abordó los motivos por los que la felicidad se encuentra, a veces, en los acontecimientos menos favorables y casi nunca donde esperamos encontrarla.
Su charla empezó con los sorprendentes resultados de un estudio científico que mide los niveles de felicidad de personas que han ganado la lotería y personas que han sufrido accidentes que las han dejado tetrapléjicas. Sucede que, pasados unos años, el nivel de felicidad registrado en ambos grupos de personas es muy similar. ¿Por qué ocurre esto? Según Gilbert es porque tenemos un «simulador de experiencias» y no funciona muy bien (Romero, 2016).
En los últimos dos millones de años el cerebro del ser humano ha crecido hasta alcanzar aproximadamente los tres kilos de peso. «Cuando el cerebro crece, es porque se crean estructuras nuevas», explica Dan Gilbert. El homo sapiens actual tiene en su cerebro una estructura evolutivamente nueva, la corteza prefrontal, que es «un simulador de experiencias”. Según Gilbert, “los pilotos practican en un simulador de vuelo para no tener accidentes con aviones reales. Pues nuestro cerebro también nos permite imaginar y anticipar cómo serán nuestras experiencias antes de tenerlas». Somos el único ser vivo equipado con esta estructura cerebral, que nos permite planificar acciones y tomar decisiones en virtud de experiencias simuladas mentalmente. Esto, que en principio es una gran ventaja, también es la principal causa de que nuestra búsqueda de la felicidad sea errónea: esta parte del cerebro suele calcular bastante mal el grado de felicidad o de infelicidad que nos causarán las experiencias futuras (Romero, 2016). El psicólogo lo llama “prejuicio de impacto”, y es la tendencia de ese simulador a funcionar mal, a hacerte creer que el impacto de los acontecimientos va a ser mucho mayor de lo que en realidad es: encontrar o perder una pareja, aprobar o suspender un examen, que te asciendan en el trabajo o que te despidan, ganar o perder unas elecciones; el impacto de todo eso tiene mucha menos intensidad y mucha menos duración de lo que la gente cree que va a tener (Romero, 2016).
«Los seres humanos tenemos algo que podemos entender como un sistema inmunológico mental. Es un sistema de procesos cognitivos, generalmente no conscientes, que nos ayudan a cambiar nuestra visión de las cosas y a sentirnos mejor en el mundo en el que nos encontramos». En otras palabras, Gilbert señala que los seres humanos infravaloran su propia resiliencia; no se dan cuenta de lo fácil que será cambiar su visión del mundo si ocurre algo malo. Constantemente sobredimensionan lo infelices que serán ante la adversidad y, en cambio, según datos desprendidos de su trabajo con pacientes, el 75% de las personas vuelven a ser razonablemente felices solo dos años después de cualquier tragedia, por terrible que haya sido (Romero, 2016).
En este sentido, el autor de Tropezar con la felicidad argumenta que las personas pueden «sintetizar» la felicidad, es decir, crearla. Las personas son muy capaces de ser felices a pesar de que ocurran imprevistos no deseados o de no conseguir lo que quieren. Por aclarar los términos, la «felicidad natural» sería la que se siente cuando alguien obtiene lo que quiere, y la «felicidad sintética» es aquella que creamos, que «sintetizamos», cuando no ocurre o no obtenemos lo que queremos. «El problema en nuestra sociedad es que en el fondo estamos convencidos de que ésta felicidad sintética es de una clase inferior a la que podríamos llamar felicidad natural». Y plantea una interesante cuestión de fondo: ¿Qué tipo de maquinaría económica tendríamos si creyésemos que no tener lo que queremos nos hará igualmente felices que no tenerlo? Probablemente los centros comerciales no serían negocios muy productivos si estuvieran llenos de gente que no desea cosas y que cree que será igual de feliz sin obtener lo que quiere» (Romero, 2016).
Además, en su charla Gilbert habla de los que las madres/familias occidentales recomiendan a sus hijos: que se casen, que ganen dinero con un buen puesto de trabajo y que a su vez tengan hijos. A lo largo de la charla, Gilbert tumba asunciones relacionadas con estos tres supuestos ingredientes de la felicidad:
Sobre el matrimonio señala curiosas conclusiones a las que han llegado diversos estudios: «Las personas casadas son en promedio más felices que las solteras, incluso que las parejas de hecho. Pero el divorcio supone un extra de alegría. La felicidad de los hombres se dispara tras una ruptura. Y la de las mujeres también lo hace al cabo de un par de años» (Romero, 2016).
Con respecto al dinero, sus conclusiones también resultan interesantes: «Cuando eres pobre, un poquito más de dinero supone una inmensa felicidad. Un millonario, en cambio, necesita una enorme cantidad de dinero para aumentar, tan solo un poco, su felicidad». En concreto, hay un punto de inflexión: los 60.000 euros al año. Ganar más dinero que eso apenas te hace más feliz, según los estudios realizados en E.E.U.U. (Romero, 2016).
Y en cuanto a tener hijos, añade: «Los niños son como la heroína. La droga da placer, pero destruye el resto de fuentes de felicidad de una persona, como la familia y amigos. Con los hijos ocurre lo mismo. Los padres dejan de practicar sexo, salir con los amigos o acudir a conciertos. Muchas madres me dicen que sus hijos son su mayor fuente de felicidad y yo les respondo que tienen razón. Si solo tienes una fuente de felicidad, es tu mayor fuente de felicidad» (Romero, 2016).
Según este investigador las actividades que más felicidad aportan son: a) practicar sexo, b) hacer ejercicio, c) escuchar música, d) charlar. Y como hábitos, son recomendables el ejercicio físico y pasar más tiempo con la familia y los amigos.
Finalmente, Gilbert señala que la felicidad es un asunto de química del cerebro. La genética influye, pero las circunstancias también. “Hay unas pocas cosas que se pueden hacer y, si se hacen todos los días religiosamente, el promedio de felicidad irá subiendo» (Romero, 2016).
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