Las emociones difíciles son las que a menudo nos hace sufrir y pueden acabar, desencadenando conductas inapropiadas, fuente de más problemas y de mayor sufrimiento.
Las prácticas de la llamada psicología “budista” pretenden, aparte de aliviar el sufrimiento, evitar los daños psicológicos que se originan a raíz del impacto emocional y prevenir conductas inapropiadas que pueden generar conflictos interpersonales aún más graves. Se trata, entonces, de transformar la energía emocional en resultados positivos como: una mejor comprensión de la situación, un aumento del autocuidado y, si las circunstancias lo requieren, una acción externa apropiada del estímulo a fin de reorientar la situación en una dirección constructiva.
En términos neurobiológicos: se pretende conseguir que nos mantengamos en el camino de la tolerancia, a fin de ser capaces de responder al reto de la situación de forma adaptativa y armónica. Como señala Daniel Siegel, “la visión de la mente nos permite dirigir el flujo de energía e información hacia la integración” (2010), y la integración conlleva a la “ausencia de enfermedad y aparición de bienestar” (2010).
Vicente Simón ha agrupado en siete los peldaños del equilibrio emocional como forma de sistematizar qué gestos psicológicos contribuyen a regular mejor la vivencia emocional:
Pararse: implica que al notar que una emoción intensa y desagradable surge en nosotros, lo adecuado es parar, hacer una pausa y concentrar nuestra atención en ese movimiento emocional en estado incipiente. Al principio, suele costar detener el proceso ya que es lo contrario a lo que dicta el condicionamiento. En este sentido, la emoción nos impulsa a actuar de forma impetuosa e irreflexiva. Pero en lugar de ello, nos detenemos y nos concedemos el tiempo para valorar lo que está sucediendo en nuestro mundo interior. De esta manera creamos la posibilidad de responder de manera distinta a la habitual.
Respirar hondo, serenarse: una vez paramos, procedemos a serenarnos. Para ello es útil llevar la atención a la respiración y al cuerpo. Si la excitaciones muy intensa, conviene respirar hondo un par de veces, con lo que se propicia la disminución de la activación. También resulta adecuado llevar la atención a aquellas zonas del cuerpo en las que la emoción se manifieste. Una vez nos tranquilizamos, nos resultará más fácil hacernos presentes en la experiencia emocional que atravesamos.
Tomar conciencia: se refiere a familiarizarnos con todos los aspectos posibles de la emoción que estamos viviendo o reviviendo, no de manera intelectual sino de forma experiencial y vivencial. Para ello, imaginamos qué situaciones son capaces de desencadenar esa emoción ¿Qué personas? ¿Qué pensamientos? ¿Qué recuerdos?. Posteriormente le damos un nombre a la emoción que estamos sintiendo. Hoy en día se sabe que cuando etiquetamos una emoción, esta pierde fuerza, por tanto nombrarla es una forma de apaciguarla. Por último, nos preguntamos, si la emoción hablara, ¿Qué nos diría ¿Qué necesidad revela? ¿Qué nos impulsa a hacer?. En pocas palabras, observamos sin juzgar todo el proceso mental y corporal que compone la experiencia emocional.
Aceptar la experiencia, permitir la emoción: al observar la emoción, debemos hacerlo sin oponerle resistencia, permitiendo que sea tal cual es. Al principio se percibe el sentimiento de aversión que el estímulo ha despertado en nosotros. Experimentamos como surge la resistencia y rechazo hacia la situación, pero en lugar de poner en marcha los mecanismos de defensa o evitación, permitimos que la emoción se manifieste sin obstáculos y evolucione en nuestro interior mostrando todo su potencial. Así, la reconocemos como parte integral de nuestra realidad y de la realidad en general.
Darnos cariño (autocompasión): no hay que dejarse consumir por las emociones de dolor, vergüenza, rabia o inadecuación. Siempre hay una parte de nosotros que quiere quedarse en ese sitio emocional donde se halla la resistencia y que desea que el tiempo se detenga, pero si nos dejamos llevar por esta tendencia, nos quedamos estancados. Por tanto, debemos tratar de conectar con la parte de nosotros que se mantiene íntegra y sana y que puede funcionar como fuente de amor y ternura. Si nos resulta imposible acceder a esa parte de nosotros, momentáneamente podemos recurrir a una figura externa como un familiar o amigo. Tratamos de encontrar esa fuente de cariño que es capaz de aliviar la angustia y opresión que sentimos. Nos proporcionamos amor y ternura y nos deseamos el bien, la felicidad y la paz.
Soltar la emoción, dejarla ir: cuando la emoción haya bajado un poco, es bueno comenzar a desidentificarse con ella, pensando que no somos la emoción, sino que solo vamos a albergarla por cierto periodo de tiempo. La emoción se mantendrá activa durante el tiempo que sustentemos con pensamientos y preocupaciones de los que se nutre. Como todo lo que tiene una base física, la emoción con el tiempo tendera a menguar y al final, desaparecerá. Procuramos acelerar el proceso no implicándonos en el circulo vicioso de pensamiento-emoción, sólo dejamos que siga su curso natural, disminuya y desvanezca. Si conseguimos crear espacio en nuestro interior veremos que la emoción no puede ocupar más que una pequeña parte del espacio global. Por tanto, no hay razón para retenerla ya que nos hace daño. La dejamos ir.
Actuar o no, según las circunstancias: una vez haya pasado la fase de “tormenta emocional”, es posible que haga falta actuar. Si la situación requiere una respuesta, estaremos en mejores condiciones para generarla. La respuesta surge espontáneamente cuando estamos en sintonía con la totalidad de la situación y fluimos. Si no es necesario actuar de inmediato, lo mejor es esperar a que la borrasca emocional haya amainado del todo y hayamos asimilado la importancia de su mensaje, aun cuando la emoción se ha asimilado por completo, es fácil que la respuesta adecuada se haga esperar, por lo cual, démonos tiempo en lugar de actuar con precipitación. En este sentido, estamos conscientes de lo que pasa pero sin identificarnos con ello. En esto consiste el estado de presencia.
En la actualidad la formación en psicoterapia del bienestar emocional es indispensable para ofrecer una terapia global que va más allá de la tradicional psicoterapia. Ahora, los pacientes en consulta acuden a nosotros, los psicólogos, para ser felices, porque sienten vacío existencial. Regular la vivencia emocional puede ayudarles a encontrar el equilibrio y ganar en bienestar.