La muerte, más allá de ser un concepto puramente biológico, lleva asociado también una fuerte dimensión simbólica ligada a fenómenos socioculturales, lo que acaba convirtiéndose en una experiencia única y singular. Esta concepción de la muerte, junto con el tratamiento de la misma y los procesos de duelo, han ido transformándose a lo largo de los años en función del momento histórico y de los acontecimientos sucedidos.
Muerte y duelo, ¿temas tabús?
En la actualidad, la muerte y el duelo son considerados como temas tabús en la sociedad occidental, en parte, porque los individuos no están suficientemente preparados ni educados entorno a los procesos que conlleva la pérdida de un ser querido. De igual forma, el incremento de la esperanza de vida y los avances biomédicos de los últimos años ha generado un sentimiento de inmortalidad no real que hace que la sociedad no sea consciente de la finitud humana y que, por ende, la muerte llegue de forma desprevenida.
Los miles de personas que han perdido la vida bajo unas circunstancias atípicas y extraordinarias durante los últimos meses como consecuencia de la pandemia del Coronavirus, ha llevado a profesionales de distintas áreas a reflexionar sobre la muerte y el duelo.
Una de ellas, ha sido la educadora social Jana Mercadal y ganadora del Premio ISEP al Mejor Trabajo de Final de Grado (TFG), quién ha aprovechado para realizar un trabajo de aproximación a los procesos de muerte y duelo y sus acompañamientos desde una perspectiva social.
De este modo, gracias a la investigación etnográfica realizada por Jana Mercadal la cual se centra en el análisis de las percepciones, experiencias y emociones tanto de profesionales sociosanitarios como de personas que a lo largo de estos meses han vivido de cerca el fallecimiento de un ser querido, ha visto como la “muerte vedada” se ha instaurado en la sociedad.
El hecho de ser una sociedad poco acostumbrada a catástrofes tales como el Coronavirus y tendiendo a delegar la muerte y la enfermedad a un sistema biomédico que se ha visto desbordado, la ciudadanía se ha descubierto frágil y vulnerable delante de la idea de finitud humana.
Así pues, la muerte se ha acabado convirtiendo, por un lado, para todos aquellos considerados como vulnerables (personas mayores y/o con patologías de riesgo previas) como una especie de lotería inversa; mientras que, por otro lado, para los más jóvenes y sanos, se ha visto la muerte únicamente como una limitación a su libertad.
Miedo al contagio y miedo a la soledad
Independientemente de la vulnerabilidad de cada individuo, los sentimientos más habituales han sido el miedo al contagio y el miedo a la soledad. En el caso del miedo al contagio, la sociedad se ha visto obligada a adaptarse a una nueva realidad marcada por los protocolos y las medidas de seguridad del Coronavirus que se han ido implementando en estos últimos meses. De igual forma, el miedo al contagio ha hecho que muchas personas fallecieran solas, sin acompañamiento familiar ni profesional. Por su parte, el miedo a la soledad se ha transformado en una especie de sentimiento de auto sacrificio para muchos enfermos durante la pandemia del COVID-19, entendiéndolo como la mejor manera de salvaguardar de un posible contagio a los seres queridos.
El deseo de acompañamiento de las personas en estado paliativo se ha convertido en la necesidad principal no solo de los enfermos sino también de sus familiares. Por desgracia, los profesionales sanitarios, lo cuales también juegan un papel clave en estos procesos, tampoco han podido asumir esta función o si lo han hecho, no ha sido en las mejores condiciones.
La gran presión que han sufrido los profesionales junto a la priorización de tareas y la falta de tiempo, han provocado una reducción en la atención y en el acompañamiento de los pacientes. Así pues, el aislamiento se ha convertido en la medida preventiva más compleja de gestionar, puesto que no ha permitido acompañar a los seres queridos en sus últimos momentos de vida, despedirse de ellos o realizar los habituales rituales de despedida. Con ello, se han generado ciertas dificultades para asimilar la pérdida, convirtiéndose para muchos en una experiencia traumática.