Antes de la llegada de la pandemia de COVID-19, ya se observaba una tendencia en el ámbito de la educación: el auge de las tecnologías y la apertura hacia espacios de formación virtuales o en línea, impulsado por el fenómeno de la globalización (Ochoa, Chávez, Apodaca, López y Félix-Ortiz, 2023).
Durante la pandemia, se desencadenó la interrupción de los procesos de enseñanza tradicional en el aula en todos los niveles escolares. Según la UNESCO (2020), escuelas de 191 países cancelaron las clases presenciales, por lo que más de 1.500 millones de estudiantes fueron afectados. Esto generó una transformación repentina en la educación, obligando a las instituciones de todo el mundo a adoptar modelos de educación a distancia. Una investigación de experiencias de los padres respecto a la educación de sus hijos en el hogar durante la COVID-19 en familias europeas, encontró que los progenitores reportaron que esta modalidad carecía de calidad, además de no contar con el apoyo suficiente de las escuelas y limitar excesivamente el contacto con el profesorado, lo que les dejaba la responsabilidad absoluta de gestionar la educación en casa, incrementando los niveles de estrés, preocupación, aislamiento social y conflictos domésticos (Velázquez, C., y Palos, P., 2022).
En cuanto a la escolaridad de los hijos, hay que destacar dos conceptos: involucramiento parental escolar (IPE), el cual se refiere a la interacción de los padres con las escuelas y con sus hijos para promover el éxito educativo, y la autoeficacia parental (AP-E), entendida como la capacidad percibida por los padres para ayudar a sus hijos a alcanzar el logro escolar (Hill y Taylor, 2004, cp. Velázquez, C., y Palos, P., 2022).
En el confinamiento, se analizó la relación entre el involucramiento parental escolar en casa (IPE-C) y la autoeficacia parental escolar (AP-E) encontrándose una relación positiva moderada entre IPE-C y AP-E, en específico: a) Las madres con estudios de licenciatura y posgrado puntuaron más alto en IPE-C y AP-E en comparación con aquellas con nivel de bachillerato o menores; b) las madres que presentaron expectativas altas acerca del rendimiento escolar de sus hijos también presentaron mayores puntuaciones de autoeficacia parental hacia su educación escolar en comparación con las que tenían expectativas bajas; c) las que tenían hijos menores de ocho años se involucraron más en su educación en comparación con las que tenían hijos más mayores y d) aquellas cuyos hijos estaban inscritos en escuelas privadas se involucraron más en su educación en comparación con las madres de niños apuntados en la escuela pública (Velázquez, C., y Palos, P., 2022).
La pandemia obligó a ampliar el uso de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TICs), no en el aula presencial, sino en las salas virtuales en más del 90% de los países alrededor del mundo. Se adoptaron herramientas como Google Classroom, Zoom y Microsoft Teams, recursos para los que no estaban preparados ni docentes, ni alumnos ni familias. Este nuevo modelo forzado por el cambio de circunstancias cambió los roles de convivencia, formas de aprendizaje y de construcción del conocimiento (Ochoa, Chávez, Apodaca, López y Félix-Ortiz, 2023).
Al igual que sus padres, los estudiantes tenían la percepción que la calidad de la formación se redujo de forma significativa, probablemente, debido a las barreras tecnológicas y a la ausencia del componente social que ofrece la presencialidad, el cual es fundamental para las experiencias entre pares (Abdrasheva, 2022, cp. Ochoa, Chávez, Apodaca, López y Félix-Ortiz, 2023).
Los profesores vivieron la situación de dar clases en pandemia con una mezcla de desafíos y nuevas experiencias, ya que tuvieron que adaptarse a usar nuevas plataformas y herramientas digitales para impartir sus clases, preparar materiales adecuados para el formato digital, gestionar problemas técnicos y adaptar métodos de evaluación, buscar actividades interactivas y recursos multimedia para intentar mantener la motivación de sus alumnos.
Sin embargo, este nuevo modelo también propició el aprendizaje autónomo, ya que alumnos y docentes se vieron obligados a crear sus métodos de estudio y búsqueda de información a través de plataformas digitales (Ochoa & Balderas, 2021, cp. Ochoa, Chávez, Apodaca, López y Félix-Ortiz, 2023).
Esta ecología del aprendizaje ha generado que a posteriori, se creen ambientes dinámicos, motivantes y enriquecedores, que incluyen desde la educación formal en las aulas, los espacios informales, recursos en línea, hasta interacciones sociales, actividades prácticas y experiencias del mundo real, lo que refleja la existencia de cuatro impulsores: la conectividad de las redes, que permiten un grado de interacción entre iguales; el empoderamiento del alumno en la toma de decisiones sobre su propio aprendizaje, decidiendo qué y cómo aprender; la superación de las barreras del espacio y del tiempo, que permite determinar cuándo y dónde aprender y; la asunción de que existe un aprendizaje a veces no percibido, informal, invisible, silencioso, que permite adquirir competencias esenciales (González-Sanmamed, Sangrà Souto-Seijo Estévez Blanco, 2018)
En la actualidad, toda esta transformación ha generado una serie de consecuencias entre las que destacan (De Giusti, 2021):
- Un proceso cada vez más digital y a distancia, destacando la flexibilidad y la bimodalidad de un aprendizaje híbrido/combinado que armoniza la educación online con oportunidades de interacción presencial para ofrecer una experiencia más equilibrada, a partir del tipo de curso, el número de alumnos y la disponibilidad de tecnología. Y es que, aunque no hay un reemplazo absoluto de la metodología presencial, combinar recursos sincrónicos y asincrónicos, evaluando la atención que prestarán los alumnos a los mismos y las posibilidades del docente de brindar conocimientos, información y formación según el método, perfila como el futuro de todas las formaciones.
- El cambio originado por la pandemia, ha establecido una tendencia a la digitalización en comercios, servicios, banca, etc., lo que promueve que este sea el nuevo contexto para las universidades. En consecuencia, las instituciones educativas ya presentan cambios en sus mecanismos de gestión, automatizando trámites administrativos, más allá del proceso de enseñanza y aprendizaje. Esto requerirá más tecnología en centros educativos y universitarios, así como formación específica para el alumnado y el profesorado. Con este último grupo, además de la formación en tecnología educativa y las metodologías asociadas con el empleo de esta, también habría que reformular el modelo curricular clásico de los planes de estudio incluyendo competencias y resultados de aprendizaje que integren pedagogía con tecnología, así como mecanismos de evaluación del aprendizaje que sean justos y reflejen el conocimiento real adquirido por el alumno.
- Este nuevo modelo pedagógico-tecnológico a raíz de la COVID-19, pone el acento en el aprendizaje por encima de la enseñanza, fomentando la autonomía y capacidad de autoaprendizaje del alumno, es decir, aprender y autoaprender, resulta más significativo que tratar de enseñar desde el modelo clásico del docente frente al aula. Así, el docente se convierte en un inspirador y promotor de las capacidades del alumnado.
- A partir del punto anterior, se debe reformular el concepto de trabajo en equipo en función de la tecnología y la modalidad de cada asignatura. Incluso los planes de estudio deberían ser elaborados con una lógica que incluya procesos de autoaprendizaje y valoraciones de la actividad no presencial, tanto en formato individual, como en formato grupal, para promover la socialización y un espacio de intercambio de conocimientos y perspectivas entre los estudiantes.
Se debe destacar que, además de todas las consecuencias mencionadas previamente, la pandemia, además, ha mostrado los desequilibrios que hay entre naciones según su grado de desarrollo. Estas asimetrías reflejan un acceso desigual a la tecnología, por lo que las posibilidades de igualar la Educación como derecho básico quedan limitadas en función de la capacidad económica de los Estados. Esto también ha interferido en asegurar mecanismos de evaluación del aprendizaje que puedan autenticar el alumno, seguir su actividad durante una evaluación a distancia, asegurar que no hay plagio, etc. Por tanto, es necesario hallar políticas centradas en garantizar la equidad en el acceso y la calidad educativa, independientemente del contexto socioeconómico de los estudiantes (De Giusti, 2021).
Finalmente, la educación a distancia ha tenido un impacto profundo en el proceso de aprendizaje durante la pandemia, presentando tanto retos como oportunidades en docentes, alumnos y sus familias. A medida que la educación ha continuado evolucionando, se ha hecho necesario plantear modelos educativos más resilientes, equitativos y eficaces. La integración de la tecnología, la formación continua del profesorado, y el enfoque en el autoaprendizaje de los estudiantes serán clave para aprovechar al máximo las ventajas de esta nueva forma de aprender, puesto que como bien señala Gerhard Fisher “el aprendizaje ya no se puede dicotomizar en un lugar y momento para adquirir conocimiento (la institución educativa) ni en un lugar y tiempo para aplicar el conocimiento” (2000, p.3, cp. (González-Sanmamed, Sangrà Souto-Seijo Estévez Blanco, 2018). Por ello, se ha de cultivar la habilidad de aprender a aprender y continuar el proceso de formación a lo largo de toda la vida.
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