Vivimos en un mundo en el que todo ocurre tan rápidamente que apenas tenemos tiempo para detenernos. Y menos aún para dedicar un momento a mirar hacia dentro y observar lo que sentimos. Aunque continuamente experimentamos emociones, no acostumbramos a reflexionar sobre cómo influye lo que sentimos en nuestro pensamiento y en nuestras acciones.
¿Cómo las Emociones Influyen en Nuestro Comportamiento?
Conocer de dónde vienen nuestras emociones y cuál es la información que nos quieren transmitir es clave para responder adecuadamente al entorno y para poder tomar mejores decisiones. Si no lo hacemos, es fácil que acabemos viviendo en una montaña rusa emocional que, antes o después, nos provoque desequilibrios.
Cuando hablamos de conciencia emocional nos referimos a esa capacidad, que nos permite conocernos mejor y responder adecuadamente a los desafíos que se nos presenta la vida, en lugar de reprimirnos o de actuar impulsivamente.
Desarrollando conciencia emocional estaremos despertaremos nuestra inteligencia emocional. Dejaremos de ser espectadores pasivos de lo que sucede en nuestro mundo interno para pasar a hacernos responsables de la gestión de nuestras emociones, sentirnos más competentes y aumentar nuestra autoestima.
¿Qué son las emociones?
El término emoción deriva del verbo latino «exmovere» que significa «mover de dentro hacia fuera». Las emociones, por tanto, nos mueven de dentro hacia fuera en el sentido de que son respuestas de nuestro organismo ante la valoración que hacemos de los acontecimientos y que nos predisponen a la acción.
Examinar los conceptos clave de la anterior definición puede ser de gran utilidad:
- Respuesta: cuando experimentamos una emoción se activa una triple respuesta en nuestro organismo:
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- Respuesta neurofisiológica.
- Respuesta comportamental: expresamos nuestras emociones con el cuerpo y especialmente con el rostro.
- Respuesta cognitiva: atribución de un nombre a la experiencia en función del dominio que tengamos del lenguaje.
Por ejemplo, si es la primera vez que subimos a una montaña rusa: 1. sudoración, temblores, taquicardia, etc, 2. cejas hacia arriba, boca abierta, etc 3. Miedo.
- Valoración: La hacemos de forma automática, sin que intervenga en ningún momento nuestra parte cognitiva (pensamiento). Influyen en esta valoración factores tan diversos como nuestras creencias familiares, la educación que hemos recibido, las experiencias previas, nuestro carácter, nuestros valores y actitudes, todos ellos muy diferentes en cada individuo. Es esta la razón por la que ante el mismo evento dos personas pueden valorarlo de forma muy diferente y, por tanto, experimentar emociones muy diversas.
- Acontecimiento.
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- Acontecimiento externo: suceso que ocurren en la realidad objetiva: un perro se dirige corriendo y ladrando hacia nosotros; nos pilla una tormenta cuando vamos caminando por la montaña; nos dicen que nos ha tocado la lotería, etc.
- Acontecimiento interno: generados mediante nuestro pensamiento o nuestra imaginación: un dolor de muelas que anticipa la visita al dentista; recordar a una persona querida que ha muerto; pensar dónde iremos de vacaciones el próximo verano, etc.
- Predisposición a la acción: podríamos resumirlo con la expresión “fight or fly” (ataque o fuga), que difundió Charles Darwin y que refleja los dos comportamientos básicos para asegurar la supervivencia.
El comportamiento de lucha se da cuando valoramos que estamos en condiciones de hacer frente a la situación y el de fuga es propio cuando valoramos el peligro como superior a las posibilidades de hacerle frente. Emocionalmente hablando, equivaldría a las dos respuestas típicas: Ira (ataque) y miedo (huida).
Por supuesto, la gama de emociones es muy variada y cada una de ellas predispone a un comportamiento específico. Conviene aclarar que «predisponer a la acción» no quiere decir que la acción deba darse necesariamente. Por ejemplo, podemos sentir rabia por un comentario que nos han hecho y, a pesar de que la predisposición pueda ser “de ataque”, es posible responder de forma asertiva y pacífica porque he desarrollado las competencias y habilidades socioemocionales.
¿Qué es la conciencia emocional?
Por otro lado, cuando hablamos de conciencia emocional podemos distinguir una serie de aspectos o microcompetencias:
- Toma de conciencia de las propias emociones o “auto-conciencia”. Es la capacidad de percibir con precisión los propios sentimientos y emociones, identificarlos y etiquetarlos, teniendo presente que ser capaces de dar nombre a lo que sentimos es la puerta de entrada a la capacidad de regulación emocional, es decir, de adoptar un comportamiento adecuado al momento y a las circunstancias.
- Dar nombre a las emociones. Cuando alguien dice «no sé qué me pasa» o «estoy mal», a menudo lo que experimenta es algún fenómeno emocional que no puede identificar por limitaciones en el dominio del vocabulario. Cuando somos capaces de poner palabra a lo que nos sucede por dentro, estamos en mejores condiciones para regular las emociones de forma apropiada.
- Comprensión de las emociones de los demás. Es la capacidad de percibir con precisión las emociones y sentimientos de los demás y de implicarnos empáticamente en sus vivencias emocionales. Para percibir las emociones de los demás en contextos no presenciales (whatsapp, redes sociales, etc.) nos podemos ayudar de los famosos “emoticonos”, símbolos gráficos que pretenden dar un tinte emocional a nuestras comunicaciones, pero con los que debemos ir igualmente con cuidado para evitar malas interpretaciones.
- Tomar conciencia de la interacción entre emoción, cognición y comportamiento. Existe una continua interacción y retroalimentación entre estos tres elementos, por lo que resulta difícil discernir cuál es, en cada caso, el primero.
En conclusión, podemos decir que las emociones son nuestra brújula interior. Si aprendemos a validarlas, aceptarlas y a utilizarlas a nuestro favor desarrollando nuestra conciencia emocional, estaremos avanzando por un camino que nos conducirá hacia nuestro norte, el bienestar emocional.
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