Claves para entender el origen de los TCA
El modelo etiopatogénico más aceptado en la actualidad para explicar la génesis y el mantenimiento de los trastornos de alimentación es el modelo biopsicosocial. Este considera que dichos trastornos son consecuencia de la interacción de factores individuales (biológicos y psicológicos) junto con otros sociales, familiares y culturales.
Como en el resto de los trastornos, los factores que tienen que ver con el origen y el desarrollo de los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) se agrupan en dos categorías: factores condicionantes o predisponentes, y factores desencadenantes o precipitantes. Los primeros se refieren a los que contribuyen a generar una vulnerabilidad en la persona y los segundos son aquellos que provocan la aparición del trastorno en un momento concreto. También encontramos un tercer tipo de factores, los de mantenimiento. Estos, una vez instaurado el trastorno, prolongan la duración del mismo o interfieren en el proceso de recuperación.
Factores predisponentes
– Factores socioculturales
La sociedad occidental, obsesionada por un ideal de belleza que relaciona la delgadez con éxito, juventud, fuerza de voluntad y salud, provoca que el contexto social sea uno de los factores predisponentes para el desarrollo de trastornos de la conducta alimentaria con más peso.
También el grupo de iguales, sobre todo durante la adolescencia, tienen un papel importante en el surgimiento o exacerbación de las preocupaciones físicas y del aprendizaje de conductas patológicas.
– Factores familiares
Se ha de tener en cuenta el proceso de crianza y de sociabilización que se da en la infancia. Los extremos opuestos en dicha crianza, posición extremadamente protectora o extremadamente tolerante y/o emocionalmente distante, aumentan la vulnerabilidad.
En el primer caso, unos padres excesivamente protectores están impidiendo que su hijo adquiera estrategias propias de afrontamiento y que tome sus propias decisiones. Necesitará, entonces, actuar de forma controlada, temiendo todo descontrol y decisión propia. Así pues, encontrará en el TCA la sensación de control y seguridad que necesita. Además, en estos casos suelen crearse relaciones excesivamente dependientes que perpetúan el trastorno.
En cambio, el otro tipo de progenitores tratará de favorecer la autonomía del niño y pretenderá que se valga por sí mismo demasiado pronto. Así se creará una autoimagen desestructurada y carente de autoestima. El refugio en la comida servirá para paliar las deficiencias de regulación interna, proporcionar una estructura y sensación de afecto.
Algunos aspectos relacionales dentro del seno familiar pueden facilitar la vulnerabilidad de dichos trastornos: la evitación del conflicto (los síntomas de alimentación aparecen como un regulador de emociones inhibidas), las coaliciones encubiertas, la interferencia en el proceso de autonomía y la negligencia física o afectiva (utilización de la comida como refugio emocional).
Otro factor decisivo en la predisposición de los TCA en la familia es la relación que esta tiene con la comida y con la imagen. Es habitual encontrar en las familias de personas con bulimia un funcionamiento familiar más deteriorado, caracterizado por bajos niveles de cohesión, expresión y adaptabilidad, así como alto conflicto. Por su parte, las personas con anorexia identifican a su familia como rígida y con problemas de comunicación.
– Factores biológicos
Los factores genéticos son de indudable relevancia en este tipo de trastornos. Los factores hereditarios pueden hacer a una persona más vulnerable, pero no provocan el trastorno obligatoriamente, es decir, es necesaria la presencia de otros factores para desarrollar un TCA. Además, hay ciertos mecanismos biológicos que predisponen al desarrollo de la patología. Por ejemplo, la realización de una dieta influye en los procesos de regulación biológica del organismo y pasado cierto umbral condicionan las respuestas del sujeto de manera patológica.
También suele observarse en estos pacientes una dismaduración hipotalámica y de ciertas vías de transmisión neuronal, así como alteraciones en el funcionamiento de algunos neurotransmisores implicados en la ingesta y la saciedad (noradrenalina, serotonina). El control alimentario duradero elimina la percepción del hambre y la saciedad, y al perder el criterio biológico propio, se guían por el de otras personas, lo que termina provocando confusión y miedo a engordar, reforzándose entonces el control sobre la alimentación.
– Factores psicológicos
Los pacientes con este trastorno suelen presentar menos recursos psíquicos para defenderse de las influencias externas. Presentan un estilo cognitivo y una tendencia de afrontamiento que les hace más vulnerables. Algunos de los rasgos que influyen en esta vulnerabilidad son: la alta evitación del daño, la baja tolerancia a la frustración, el perfeccionismo, la búsqueda de sensaciones o de novedad (posición completamente evitativa en la anorexia y necesidad constante de estímulos novedosos e impulsividad en la bulimia o trastorno por atracón).
El perfeccionismo lleva a una distorsión del pensamiento, pues origina un razonamiento en términos absolutos. Este estilo cognitivo orientado al control representa una estrategia compensatoria de la falta de autoestima. La regulación emocional es, en general, deficitaria en estos trastornos, por lo que la comida se utiliza como un mecanismo de estabilización emocional. Además, estos pacientes tienden a la labilidad emocional.
Hay que sumar el sentimiento de falta de valía personal y la necesidad excesiva de aprobación externa. Este sentimiento de inferioridad e indefensión les lleva a delegar sus decisiones en otros: la posición de enfermo es la forma extrema de delegar la vida en el otro. Además, la hipersensibilidad a la crítica, al rechazo o al ridículo puede mantenerles alejados de las relaciones sociales. La vulnerabilidad al TCA aparece cuando la delgadez, los logros académicos y los éxitos deportivos se convierten en estrategias para superar la timidez.
Es muy frecuente la comorbilidad de estas patologías con los trastornos de la personalidad, siendo este último un riesgo claro para el desarrollo de conductas patológicas relacionadas con la alimentación.
Factores desencadenantes
Generalmente este tipo de trastornos emergen en una situación de cambio que demanda una mayor responsabilidad y madurez. Si el individuo no se siente suficientemente preparado, puede refugiarse en la comida para huir de la situación. La pubertad, un cambio de instituto, empezar una relación, una mudanza, etc., pueden ser desencadenantes de un TCA. Asimismo, los cambios o dificultades en la vida pueden precipitar un trastorno en mujeres de más edad: matrimonio, embarazo, separación, pérdida de juventud, etc. La restricción alimentaria, los atracones, las conductas purgativas o la hiperactividad, pueden ser una vía de escape para gestionar el malestar generado por la situación de cambio.
También es un posible factor desencadenante de un TCA cualquier tipo situación que implique un cambio en la alimentación o en el físico (dietas o presiones para adelgazar, hiporexia por síntomas depresivos, etc.).
Factores mantenimiento
Cualquier factor que haya funcionado como predisponente puede funcionar como mantenedor si sigue estando presente tras la instauración del trastorno. Uno de los factores más importantes para que el trastorno permanezca es la continuación de una dieta alimentaria inadecuada. El proceso de refuerzo de estos comportamientos es clave en su mantenimiento (éxito, disminución de sentimientos de inseguridad, sensación de control, disminución del malestar al reducir todos sus conflictos a los problemas con la comida, atención, elusión de responsabilidades, distracción y disminución de sentimientos negativos mediante síntomas, etc.). La creación de unos valores y cogniciones distorsionadas también perpetúan la enfermedad.
Dentro de la familia hay determinadas conductas tales como la falta de consenso entre los padres, la inconsistencia para mantener sus decisiones y la negación o minimización del problema, que también pueden influir en el mantenimiento, e incluso el agravamiento, de la enfermedad. Además, en dicho seno familiar, es importante abordar aquellos aspectos relacionales que estén implicados en la aparición de un TCA.
En conclusión, dada la complejidad de estas patologías, es importante lograr una visión completa que tenga en cuenta todos los factores implicados en la aparición y mantenimiento del TCA, pues focalizar nuestra atención como profesionales únicamente en el síntoma alimentario implicaría un abordaje muy reduccionista.
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